miércoles, 14 de noviembre de 2012

33er Domingo: Mc 13, 24-32



33er Domingo: Mc 13, 24-32

“EL FINAL DE LOS TIEMPOS”

 Cuando yo era niño pequeño, se escuchaban a algunos predicadores que, desde el púlpito en el centro de la iglesia y con severo dedo índice, lanzaban las penas del infierno a los asustados fieles con descripciones del cielo, infierno y juicio final. Ciertamente es un estilo y un lenguaje que hoy está en desuso. Sin embargo, al término de cada año litúrgico, la Iglesia nuevamente nos pone delante de los ojos las escenas terroríficas que describe la Biblia para hablarnos del fin de los tiempos.

El estilo apocalíptico que usa la Biblia para hablarnos del fin de los tiempos no es fácil. Parece que ese lenguaje estaba en boga en tiempos de Jesús. Ciertamente eran tiempos difíciles, complicados. A partir del deseo de “mejores tiempos”, se fecundaba la imaginación con todo tipo de imágenes y visiones para escapar de la dura realidad en la que vivía aquella pobre gente. Con palabras terroríficas y símbolos, se pretendía anunciar la catástrofe o el final catastrófico de todas las fuerzas enemigas. En el fondo se buscaba anunciar el fin de todos y todas las cosas que se oponían al Señorío de Dios para dejar que Él triunfara en el gran combate final.

En verdad eran tiempos angustiantes cuando Marcos escribió su evangelio. Conoció en Roma las sangrientas persecuciones del emperador Nerón contra los cristianos en el año 64. Sin duda supo también de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 por los romanos. Esa destrucción significó realmente el fin para los judíos conjuntamente con las continuas persecuciones de los cristianos.

El evangelio de Marcos era un mensaje de alegría y esperanza en esos terribles tiempos de angustia, inseguridad y convulsión. Era como un faro para orientar a los cristianos en las tremendas tempestades que vivían y para enfrentar mejor la permanente perspectiva de la muerte del sangriento martirio. Era un estímulo para su fe en Jesús Mesías, el Hijo del Hombre que se presentó y actuó en nombre de Dios. Así según el evangelio de Marcos, volvería a liberar de todas las miserias. De este modo, este evangelio vino a ser una seguridad, un salvavidas o tabla de salvación a donde arrimarse: ese salvavidas es la adhesión a la persona de Jesucristo. Jesucristo muerto y resucitado: aquel que sufrió también un sangriento martirio en la cruz pero fue liberado por Dios de toda muerte y destrucción, resucitó y como tal vino a ser el preludio de un tiempo nuevo.

Así aunque oscurezcan el sol y la luna y se caigan las estrellas del cielo, Jesús es el único ejemplo luminoso por el cual guiarnos. Y lo es para cada cual, porque a su regreso reunirá a todos los hombres de los cuatro puntos  cardenales del mundo.

En este contexto el fin de los tiempos viene a ser el comienzo de la liberación total. “Aprendan lo que les enseña la higuera: cuando las ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta”. El fin del dolor, de los tiempos de persecución: están a las puertas los tiempos nuevos y los cristianos pueden seguir firmes en la esperanza. “El cielo y la tierra pasarán” escribe Marcos, pero Cristo es nuestra garantía, nuestro aval de que Dios nos salva.

¿Y qué nos pasa a los cristianos del siglo XXI? También nos rodean catástrofes naturales: terremotos, tsunamis a veces con millares de muertos. Ciudades enteras se destruyen por las guerras. Hay grandes migraciones: pueblos enteros perseguidos y echados de sus tierras o asesinados. ¿Pero se nos persigue por ser cristianos? No, ya no se echan a cristianos a los leones. Pocas veces se mata por la fe. Más bien se niega la fe. Los tiempos de cristiandad han desaparecido. Algunos manifiestan rencor por lo que antaño les enseñaba el catecismo y terminan renegando de la fe. Otros simplemente no pueden conciliar la imagen de Dios como Padre bueno con todo el dolor e injusticia que  observan a diario en el mundo. Otros se molestan cuando habla la Iglesia o sus pastores. Otros critican a la Iglesia por su riqueza o su afán de poder. Es cierto que después de la primavera del Concilio Vaticano II hace más de 50 años atrás, se vivió como un largo invierno: poca innovación, poco frescor evangélico y demasiada repetición de fórmulas dogmáticas añejas, incomprensibles para el hombre de hoy. ¿Cuando se van hacer flexibles las ramas de la Iglesia, cuando van a brotar sus hojas anunciando un nuevo verano?

A dario los M.C. nos muestran de manera instantánea todas las catástrofes de nuestro mundo: las naturales y las que provocan los hombres. Pero es no menos cierto que hay también muchos hombres y mujeres que hacen un bien enorme. Gente con un gran amor por el prójimo, con profundo compromiso por los pobres y sufridos de la tierra, con un extraordinario sentido de la misericordia. Matrimonios preocupados de adoptar niños huérfanos o abandonados, voluntarios que se vinculan con las personas en situación de calle, misioneros o laicos que dejan la comodidad y seguridad de su entorno y  ofrecen los mejores años de su vida como voluntarios en un país difícil. Jóvenes, hombres y mujeres que sueñan con un mundo de paz y justicia y no con el mundo del poder y de la bolsa de comercio. Se oponen enérgicamente al mundo de la explotación, corrupción, cinismo, humillación, terror y violencia. Nuestro mundo está necesitado de todos y todas aquellos inspirados en estas visiones de  luz y de paz, de amor y de justicia para formar un contrapeso. Desde sus visiones renovadoras se irán abriendo sendas para otro mundo, un mundo nuevo. Para el “fin de los tiempos…”: los tiempos de terror, de espanto por supuesto. Nosotros como cristianos estamos llamados a unirnos a todos aquellos que se dejan guiar por sus visiones de un mundo nuevo, todos los que quieren hacerle el “contrapeso” al terror, a la injusticia, a todas las formas de violencia y exclusión.

¿No es a esa hermosa y entusiasmante visión y misión que vino a convidarnos San Alberto Hurtado? Que podamos unirnos a todas las personas de buena voluntad de por el mundo entero que luchan contra todo lo que significa injusticia y muerte. “Otro mundo es posible” suena a imposible, pero no lo es desde la perspectiva del Dios de la Biblia, el Dios de Jesucristo, el resucitado que vive para siempre. “El cielo y la tierra pasarán”, pero jamás el Eterno, Aquel que salva y libera y llevará todo a su plenitud. Esta es nuestra fe, la fe que proclamamos, la fe que nos mueve y nos compromete a vivir con esperanza y con gran sentido de solidaridad. Vivir nuestra fe es vivir ya el mundo nuevo de Jesucristo resucitado.