viernes, 2 de agosto de 2013

18º Domingo ordinario: Lc 12, 13-21


18º Domingo: Lc 12, 13-21(Parábola del rico necio)

¿Quién de nosotros no busca ser feliz? Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza, es decir para ser felices, para amar y vivir en comunidad.
¿Estamos tan convencidos que esa felicidad pasa por la solidaridad y por el compartir? Puede ser una excelente pregunta al iniciar este mes de agosto, mes de la solidaridad.
Grande es la tentación de creer que la felicidad pasa por tener riqueza. Es el discurso en torno al cual nuestro mundo y nuestra convivencia se estructuran hoy. Desarrollo = riqueza = felicidad. El dinero y la riqueza no son intrínsecamente malos. Si se reparten bien y mejoran las condiciones de vida de los más necesitados, bendito sea. La excesiva acumulación de riqueza en pocas manos constituye un serio interrogante ético.

Sabemos que Chile está dentro de los países en el mundo con la peor distribución de ingresos:¡ en el puesto nº 15!
Sabemos también de la enorme desigualdad entre países ricos y pobres. Así, el Congo es uno de los países más ricos del mundo en riquezas minerales y granero de África por su potencial agrícola. Sin embargo es uno de los países más pobres de la tierra: ocupa el puesto 187 en la clasificación del PNUD. Con un presupuesto anual equivalente al de la ciudad de Amberes (menos de 500.000 habitantes), la administración del Congo no puede cubrir eficazmente servicios públicos básicos (seguridad, educación, salud etc.) para sus 69 millones de habitantes!

El evangelio de hoy nos invita a situarnos frente a la riqueza cuya raíz es la codicia/avaricia. Y nos dice la palabra de Dios: “aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Si entendemos por vida, la felicidad de un ser humano, no lo conseguirá por la acumulación de riqueza.
Jesús recurre a una parábola para reforzar la sentencia.
La parábola refleja la inmensa pobreza de un rico, la gran soledad de quien se creía tenerlo todo (habla consigo mismo), la inseguridad de quien piensa que sus posesiones le garantizan no sólo el presente, sino el futuro, el egoísmo de quien podía permitirse el lujo de ser generoso y ayudar con sus bienes a los demás y sólo sueña en acumular para sí y darse la buena vida, aun que los otros no tengan ni para comer.
Jesús se muestra, por su parte, realista. Para él, los bienes no son malos, pues son necesarios para la vida. Se convierten en perversos cuando se concentran en manos de uno, produciendo como consecuencia que unos carezcan precisamente de aquello que a otros sobra.
Este rico es paradigma de todos los ricos. Los bienes que posee –una gran cosecha- no aparecen en la parábola ni siquiera como producidos por él, ni como fruto de su trabajo, pues la parábola comienza con estas palabras: “Las tierras de un hombre rico dieron una gran cosecha”. Las tierras son de Dios y pertenecen a todos, no sólo al rico. Dios quiere que las riquezas se compartan  con el pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero (enumeración tradicional en la Biblia), esto es, con los seres desvalidos y desamparados de Israel; hoy, los  sin pensión, sin trabajo, sin vivienda, sin educación, sin salud y sin futuro ni presente.
Pero el rico, que se supone del pueblo de Dios, no tiene esta idea. Su problema es cómo almacenar una cosecha tan grande. Acumular, no compartir es su plan. Y acumular para sí, para darse una buena vida, con la vana ilusión de garantizarse incluso el futuro.
Rico, como era, no pensó que el bien más preciado, la vida, no era de su propiedad. Creado para amar, para vivir en comunidad, para compartir y ser feliz mostrando solidaridad, aquel rico se convierte con su egoísmo en el ser más solitario. Y como está solo, como no consulta con nadie, como vive centrado en sí mismo, es Dios mismo quien interviene en la parábola, la única vez que lo hace Dios en una parábola, para decirle: “Insensato, esta misma noche vas a morir. Lo que tienes preparado, ¿para quién va a ser”?
Tenía que haber compartido la cosecha con los demás; lo que Dios había dado para todos, debería haber sido para disfrutarlo todos.
La insolidaridad es muerte. El generoso compartir es vida.
Que bueno este viejo evangelio al iniciar el mes de la solidaridad donde se destaca la figura emblemática del P. Hurtado, apóstol de la solidaridad. Viviendo la solidaridad y el generoso compartir, sentiremos lo mismo que el sintió y que le hizo exclamar tantas veces: ¡contento Señor, contento!