miércoles, 25 de mayo de 2011

29 de mayo 2011: 6º Domingo de Resurrección


6º Domingo de Resurrección: Jn 14, 15-21

En el evangelio del domingo pasado, vimos al apóstol Felipe preguntar a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Y Jesús de contestarle: “Felipe, quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. “El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago y aun mayores”. La primera lectura de los Hechos es una confirmación de lo dicho por Jesús. Felipe predicando a Cristo en una ciudad de Samaria. Su anuncio del evangelio es acompañado de numerosos signos: enfermos, paralíticos y lisiados son sanados y hay gran alegría en esa ciudad. Sabemos que entre judíos y samaritanos había enemistad y odios ancestrales porque los consideraban como herejes y extranjeros (ver la parábola del buen samaritano Lc. 10 y en el encuentro de Jesús con la samaritana a quien le pide de beber Jn 4).
Jesús, en quien actuaba el Espíritu, ya traspasaba las fronteras y las rivalidades entre pueblos. El apóstol Felipe no hace menos en la expansión de la pequeña iglesia naciente, conducida por el Espíritu. La llegada de Pedro y Juan confirma la acción del Espíritu; caen prejuicios y fronteras y se avanza en la paz y la unidad. Se produce un pequeño Pentecostés.

En dos semanas más, se va a celebrar la solemnidad de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia.
La tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, es muchas veces como el “pariente pobre” de la Trinidad. Se habla bastante menos de Él que del Padre y del Hijo. Y sin embargo, nos revela rasgos maravillosos de Dios, lo que Carl Jung llamó los aspectos femeninos del único Dios: la intuición, la creatividad, la compasión, el amor incondicional. Aspectos asociados también con la ignición y el fuego en el corazón que guardan las madres. En la Biblia aparece por ejemplo en el libro de la Sabiduría, donde la sabiduría de Dios, el Espíritu, está sentada a la puerta de nuestras casas, esperando pacientemente poder entrar (ver igualmente Apocalipsis 3, 20). También en el libro del Génesis, el Espíritu de Dios empolla amorosamente como un pájaro hembra el desastroso caos hacia un cosmos armonioso. En el evangelio de hoy  lo percibimos en la tierna sensibilidad de Jesús de no dejar huérfanos a sus discípulos. En la Biblia, constatamos que ciertamente un rasgo fuerte de Dios  es su empatía por los huérfanos y las viudas. Y directamente cercana a nosotros está  la experiencia de la consolación en la oración.

La fiesta de Pentecostés cierra el ciclo pascual. Es la fiesta del envío y del dinamismo apostólico de la Iglesia. El gran reto de la Iglesia es ser luz de las naciones y presencia en el mundo. El mundo, como se le llama en el evangelio de Juan,  es el mundo de la injusticia, del afán de poder y de lucro, de dominación y posesión. Al revés, el Espíritu de Jesús resucitado es amor, paz, justicia, solidaridad y hermandad. Es este Espíritu que la Iglesia está llamada a hacer realidad. Su discurso en un mundo marcado por el pecado (ver el cordero de Dios que quita el pecado del mundo) será muchas veces contra cultural, denunciante y profético, pero es anunciar el camino que recorrió Jesús y el apóstol Felipe y es la misión de nosotros hoy. Tal vez no logremos grandes cambios en este mundo. Lo importante es no obstaculizar la acción del Espíritu santo y estar dispuestos a ser humildemente su instrumento.

Es cierto que aquí se aborda una temática muy compleja. No podemos ver las cosas en blanco y negro. A modo de ejemplo podemos preguntarnos: ¿Cómo se compatibiliza el sermón de la montaña con un compromiso activo en la vida política y económica? Nuestra sociedad exige competencia, eficiencia y eficacia. ¿No es lo que se pretende prioritariamente en la reorganización del Hogar de Cristo estos últimos años? Con los aportes generosos de muchos chilenos, buscamos encaminar a Chile por sendas de auténtica solidaridad. En este gran reto, es preciso ir midiendo los resultados cuantitativos y cualitativos para ir haciendo los ajustes correspondientes. Por supuesto que eso requiere un exigente profesionalismo. Pero al mismo tiempo, el profesionalismo y excelencia en todo emprendimiento nunca pueden dejar de lado lo más bello de Cristo y su evangelio: dar siempre prioridad al otro, al más vulnerable, haciéndose prójimo con una actitud de servicio amoroso y humilde.
Aquí pareciera que los antagónicos enfoques de la cultura ambiental y de las exigencias del evangelio, entran en choque frontal. Se genera una tensión dialéctica cuya síntesis armoniosa es compleja de lograr.

“Hidroaysén” es otro ejemplo que hoy sacude y divide nuestra convivencia. Todos queremos más bienestar, mejores condiciones de vida, lo que llamamos “desarrollo”. Eso pasa por disponer de más energía en un plazo relativamente corto. Ese medio para un buen fin en sí, tiene consecuencias dañinas y perversas. Aparentemente, no hay sustituto energético equivalente en el corto plazo y que sea menos dañino. Tal vez hay que revisar también la premisa del raciocinio y preguntarnos como sociedad: “¿qué desarrollo queremos, qué formas de bienestar para todos los chilenos hoy? Por cierto que esta pregunta requiere un gran debate y mucha reflexión. Traigo a colación las palabras del Santo Padre:  en la sociedad actual, si queremos que exista paz social, «es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad» (Benedicto XVI).
No dejan de preocupar las crecientes manifestaciones de descontento y las protestas. Hoy por hoy los ritmos de vida y de trabajo conllevan demasiadas tendencias a deshumanizar. Si vamos perdiendo la posibilidad de vincularnos con respeto y de descubrir la belleza y dignidad de cada ser humano, simplemente contribuimos a deshumanizar más nuestra sociedad actual. Eso sería tomar un camino de destrucción y de muerte. En estas semanas previas a Pentecostés, es necesario pedir con fe en nuestra oración. Que el Señor nos dé luz, que ilumine a su Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. Que puedan encontrarse los caminos por donde dejemos fluir las gracias del Espíritu Santo para que venga el Reino de Dios a este mundo.

Nos pueden guiar esas palabras de Tomás Chesterton:
“Señor, danos la fuerza para aceptar las cosas que son inevitables.
Danos el coraje para cambiar las cosas que deben ser cambiadas.
Y por sobre todo, danos la sabiduría para distinguir entre ambas”.