jueves, 29 de noviembre de 2012

1er Domingo de Adviento: Lc 21, 25-28.34-36


1er Domingo de Adviento: Lc 21, 25-28. 34-36


La liturgia inicia hoy la celebración del primer domingo de Adviento. Sabemos que son las cuatro semanas de preparación a la Navidad. Sin embargo, la liturgia recién pondrá lecturas y temas propios de Navidad sólo 8 días antes. Durante tres semanas la Iglesia invita a vivir un proceso de conversión. La conversión no es otra cosa que entrar en el proyecto de Dios para nuestro mundo  y compartir la mirada de Jesús sobre nosotros mismos, los demás y nuestra historia. En realidad, no es poca cosa acceder a este tipo de conversión. Trataré de profundizar en este tema durante los tres primeros domingos de Adviento.

“Llegarán los días…”: es una invitación a la vigilancia. No basta entrar en el ritmo de actividades de cada día como si fueran a durar para siempre. Este mundo pasa o más bien nosotros pasamos por este mundo para acoger a otro que se manifestará pronto. La expresión “en aquellos días” marca como un ritmo la primera lectura: se trata de contemplar en la fe lo que se anuncia, con el fin de orientar nuestra vida en la dirección correcta.
Podríamos pensar espontáneamente que las palabras de Jesús del evangelio de hoy, se refieren a un futuro lejano, a este momento final que llamamos la Parusía, de la cual San Pablo nos precisa que será anunciada  “a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios” (1 Tes 4, 16). En realidad, si miramos de más cerca el evangelio de hoy, descubrimos que Jesús anuncia la inminencia de su retorno en la gloria, según un proceso que se desarrolla en el tiempo. En efecto, Jesús revela su mensaje según un díptico: un cataclismo cósmico precede y anuncia la venida en la gloria del Hijo del hombre. El acontecimiento inicial se nos presenta explícitamente como una de-creación, es decir una vuelta al caos primordial: los astros que Dios colocó en el firmamento para regular las fiestas y las estaciones son conmovidos, los elementos en la tierra son desencadenados. Esta des-construcción cósmica simboliza el oscurecimiento de las facultades espirituales y la anarquía de las pasiones a consecuencia del pecado. Las obras de la carne: “dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez” a las que Jesús agrega “las preocupaciones de la vida”, aturden el corazón del hombre y lo inclinan hacia abajo, hacia la tierra donde queda prisionero como un pájaro cogido en la trampa del cazador.
La otra cara del díptico nos habla de la venida del Hijo del hombre: “sobre una nube, lleno de poder y de gloria”. Es una alusión directa a la Resurrección. Dios no permite que fracase su proyecto de amor: después del triunfo aparente del pecado, se levanta Cristo resucitado, Sol de justicia de la  nueva creación que inaugura la mañana del domingo de Pascua. Así las imágenes que Jesús usa no se refieren al fin del mundo sino al fin de un mundo; un mundo cerrado sobre sí mismo, encerrado en sus miedos, prisionero del pecado y que la Resurrección ha hecho volar a pedazos.
Bajo esta perspectiva, el avenimiento del Hijo del hombre no es más un evento terrorífico sino, al revés, viene a ser el momento esperado de la liberación. Esta salvación ad-viene, viene hacia nosotros de a poco en el corazón de la historia para trabajarla desde dentro como un fermento escondido en la masa. Desposa nuestra condición temporal y respeta nuestras opciones y caminos. Se acerca y nos encaminamos a su encuentro. Por cierto un día la historia llegará a su plenitud y entraremos en el mundo definitivo: en el eterno presente de Dios. Sin embargo, no conocemos ni el día ni la hora (Mt 25, 13).
Lo que el Señor espera de nosotros es continuar nuestro caminar a su encuentro, creciendo “cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás, fortaleciendo nuestros corazones en la santidad y haciéndonos irreprochables delante de Dios, nuestro Padre para el día en que Nuestro Señor Jesucristo vendrá con todos sus santos” (2ª lectura).
Vivir nuestra fe en Jesús resucitado es convertirnos a su proyecto de un mundo nuevo y de la nueva creación. Por experiencia sabemos que es un proceso lento, difícil, complicado. Vivimos una historia llena de dolor y de malas noticias – las que nos ofrecen cada día por la radio, la televisión y los diarios – pero es irreversible. Estamos en la última etapa de la evolución del hombre, el Hombre, sin más adjetivos, que ha empezado en la muerte y resurrección de Jesús. La gloria de este Hombre se irradia a  través de todos los portadores de paz y de buenas noticias, de todos los hombres y mujeres que trabajan por construir una sociedad más justa, que ponen sus talentos al servicio de los marginados y desamparados. Es la otra Historia que se escribe día tras día con actos de amor y servicio.