viernes, 23 de septiembre de 2011




Domingo 26º: Mt 21, 28-32

“Un hombre tenía dos hijos”: era una forma acostumbrada de iniciar un relato y una manera de hablar que llegaba a la gente. Eran familiares el relato de Caín y Abel, Ismael e Isaac, Esaú y Jacob. En otros momentos Jesús había hablado de un padre bueno con dos hijos.
¿Cual es el mensaje de la parábola de este domingo?
A los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, les molestaba esa pequeña parábola. No podían contestar otra cosa que era el segundo de los hijos que había cumplido la voluntad de su padre. El hijo en quién ellos no podían reconocerse. A renglón seguido viene la arremetida fuerte: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios”.
Como ocurre a menudo con las parábolas, tenemos un relato con contrastes.
El dueño de la viña sólo tiene dos hijos. El primero de ellos hace de su “si” un “no”, el segundo de su “no” un “si”. Ambos hicieron lo contrario de lo que habían dicho. No necesitamos mucho autoconocimiento para reconocernos a nosotros mismos en ambos. Todos tenemos algo de los fariseos, de las prostitutas y de los publicanos, con un “va y ven” entre “si” y “no” y entre “no” y “si” después de todo.
A veces prometemos hacer lo que se nos pide para que nos dejen tranquilo, pero no pensamos hacer en realidad lo que se nos pide. Algo así pasa con nuestra fidelidad con la Iglesia: todos decimos “si” y “amen” con plena voz a todas las oraciones litúrgicas en nuestras celebraciones. En el fondo estamos diciendo que somos creyentes. Pero en la práctica de cada día, no queda mucho de todos esos “amen”. En este caso somos un poco como el primer hijo que dice “si” pero actúa con un “no”.
También ocurre al revés. Reconocemos al segundo hijo en personas que ya no más se dicen cristianos y sin embargo cumplen con la voluntad de Dios. Karl Rahner hablaba de los cristianos anónimos. Ocurre que puede llegar a ser nuestra propia situación. Porque, ¿quien de nosotros no se comporta a veces como un cristiano inconsecuente? Entonces la voz con reproche de un Juan Bautista nos puede llamar a la conversión. En este caso no nos apartamos de las exigentes consecuencias de nuestro “si” de creyentes.

El dueño de la viña simboliza a Dios quien tiene un tercer hijo del cual la parábola no dice nada. Es el hombre Jesús que llamaba a Dios “su Padre” y de quien Dios dice que es “su Hijo bien amado”. Su “si” nunca más se debilitó con un “no”. Aceptó todas las consecuencias, hasta la muerte y la muerte en cruz, como lo describe maravillosamente el antiguo himno cristológico en la carta a los Filipenses. Cuando angustiado hasta la muerte ora y pide que esa cruel muerte no sea su suerte, suspira: “no mi voluntad, sino la tuya”.
También conocemos a una hija de Dios, la madre de Jesús quién ha sido del todo un “si”. Cuando supo cómo y de quién vendría a ser madre, dijo simplemente: “Quiero servir al Señor: que se haga en mí según tu voluntad”. Su hijo no le hizo la vida fácil, pero mantuvo su “si” incondicional hasta el final.

Nos hace bien orar a Cristo glorificado pidiendo humildemente: “Cristo,  ten piedad de nosotros” y en el “Ave María” pedir a la Virgen que “ruegue por nosotros pecadores”. Porque después de todo somos pecadores, no criminales, pero nunca sin algún pecado. Somos personas de buena voluntad, pero siempre demasiado débiles para decir un rotundo “no” al mal, y decidirnos a elegir el bien. Es demasiado frecuente la contradicción en nuestro actuar con nuestras palabras.
El dueño de la viña en la parábola tenía sólo a dos hijos. Cada uno de nosotros es ambos hijos: es un permanente va y ven entre el “si” y el “no”. Pero es con gente como nosotros que Dios tiene que realizar el trabajo en su viña que es el mundo. Jamás podemos renunciar y debemos ayudarnos mutuamente, haciendo gala de nuestros mejores recursos para la venida y promoción de su reino: ¡que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo!