jueves, 3 de febrero de 2011

6 de febrero de 2011: 5º Domingo ordinario: Mt 5, 13-16

Mt 5, 13-16 :  Sal de la tierra y luz del mundo*
Las bienaventuranzas se hacen realidad en la “comunidad bienaventurada” que es “comunidad sal y luz”. Así tenemos que los pobres de espíritu, los pacifistas, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz, los perseguidos por causa de la justicia son todos aquellos y aquellas que constituyen comunidad de Mateo. Esta misma comunidad es la llamada a recibir y practicar el mensaje del Sermón de la Montaña, que se inicia precisamente con las bienaventuranzas.
Comunidad “sal de la tierra”
Muchas veces cuando leemos este texto creemos que “sal de la tierra” es la misma sal de la cocina, la que usamos con nuestros alimentos cotidianos. Pero si nos fijamos en el contexto de aquella época en que se escribió esta comparación nos damos cuenta que en las culturas antiguas, para conservar la comida y condimentarlas, la sal se convirtió en símbolo de alianza y amistad entre los pueblos y entre las familias. Recuerdos de estas antiguas alianzas las encontramos en Lv 2,13 y Nm 18,19.
Sabemos también que en Palestina en tiempos de Jesús, los pastores que llevan las ovejas al campo durante el día, las dejan sueltas pasteando. En la noche, ellas tienen que volver al corral para no quedar expuestas a las fieras salvajes. Volvían comiendo la sal de la tierra que se encontraba en las orillas del lago de Tiberíades o del Mar Muerto. La sal de la tierra conducía las ovejas de vuelta al rebaño. Así, no es difícil imaginarnos que cuando Jesús dice a su comunidad “ustedes son la sal de la tierra” estaba diciendo: “Ustedes tienen la función de reunir al pueblo disperso en el rebaño del Padre para que no se pierda ni vaya a quedar expuesto a las fieras del mundo”. La misión de las discípulas y los discípulos es la de unir a la humanidad en el reino de Dios.
También era costumbre en Palestina usar la sal para activar las fogatas en las frías noches de invierno, y cuando la sal perdía sus componentes químicos propios para activar el fuego, ya no servía más de combustible. La recomendación de Jesús: “Tengan sal en ustedes” (Mc 9,50) significa “mantengan el calor en ustedes, la capacidad de sostener la vida”. La comunidad “sal de la tierra” en la medida que testimonia las bienaventuranzas es capaz de llevar este fuego por dentro, es capaz de llevarlo igualmente a los demás. Jesús insiste en la capacidad de la comunidad para convocar, para reunir, para juntar, para animar, para acompañar. Cuando pierde esta capacidad “ya no sirve más que para tirarla afuera y ser pisoteada por los hombres”. Tarea permanente de la comunidad será pues velar para no perder su sabor y su gusto, que su testimonio no se desvirtúe, motivos por los cuales es bienaventurada no se vayan a perder.
Comunidad “luz del mundo”
La luz era muy importante en la vida cotidiana. La luz es símbolo de vida, de alegría, de prosperidad y seguridad en abierto contraste con la adversidad, el dolor y la muerte. Las casas de los pobres estaban iluminadas por una sola lámpara, pues generalmente poseían una sola pieza. La palabra de Dios se compara a la luz que guía a los seres humanos; “lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sl 119,105), en consecuencia su Palabra irá delante como “luz para las naciones”.
En los cantos del Siervo Sufriente del profeta Isaías, el Siervo descubre la misión como fruto de un largo proceso. Primero, el Siervo pensaba que su misión era sólo con el pueblo de Israel, después descubrió que esto no bastaba. Su misión debía alcanzar a todos los pueblos. El debía ser “luz para las naciones” (Is 49,6). Ahora la misión del Siervo aparece más amplia, asume la forma concreta de un proyecto: reconducir a los exiliados de Israel y traerlos de regreso, organizarlo nuevamente en tribus y reunirlos en torno a Dios (Is 49,5-6). El Siervo es llamado para restablecer la alianza de Dios con su pueblo como lo hicieran Moisés y Josué en el comienzo de la historia.
Jesús aplica esta misión a la comunidad de sus discípulos y sus discípulas. Toda la comunidad debe ser “luz del mundo”, misionera, en el sentido de iluminar a la humanidad con la luz del Reino. No puede apropiarse de la luz que ha recibido. Con esta luz debe iluminar ampliamente, como expuesta en candelero. Tal luz no puede ser otra que “las buenas obras” de la comunidad, aquellas por las cuales, esta comunidad es bienaventurada: tener hambre y sed de justicia, ser misericordiosa, construir la paz, luchar por la causa de la justicia, etc. Solo cuando estas obras “brillen”, quienes las vean podrán “glorificar al Padre que está en los cielos”.
* Comentario tomado de “Servicios Koinonía”