viernes, 9 de agosto de 2013

19º Domingo ordinario: Lc 12, 32-48

19º Domingo: Lc 12, 32-48

No es fácil vivir la fe en el mundo en que estamos. Los valores que se promueven  tienen que ver con satisfacción inmediata. La comida tiende a ser comida chatarra. Se incentiva el uso de objetos desechables. Se exalta la belleza del cuerpo y para lograrlo se expenden muchos productos y todo tipo de procedimientos. Se invita a adquirir y consumir una enorme variedad de bienes. Se ofrecen montón de facilidades para entrar y quedarse en ese mundo de consumo donde hay que pasarlo bien y disfrutarlo todo. Es un modelo de vida light. Y en eso podemos pasarnos la vida…
La palabra de Dios hoy nos invita a mirar el sentido que damos a nuestra vida y a no dejarnos llevar simplemente por las olas y la corriente del mundo moderno. Nos invita a hacer las siguientes preguntas:
¿Qué es lo que me mueve en la vida? ¿Qué es lo que cautiva mis energías más profundas? ¿Dónde tengo puesto mi corazón?
Por allí se nos insinúa el evangelio de hoy cuando dice: “Donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón”. El corazón se prende de lo que mueve mi vida.
Una vida ilustrada por el evangelio tiene una fuerte dimensión contra cultural, como corriente contraria al ambiente en el que estamos inmersos. Eso nos lleva a situarnos y, eventualmente a protestar contra lo que el mundo presenta como ideal de vida. Según el evangelio, los bienes son para compartirlos, no para adquirirlos y guardarlos. Estamos llamados a ser solidarios, a compartir, a hacer partícipes a los demás de los bienes que llamamos 'propios'; a ser misericordiosos, compasivos, justos. Eso es traducir en lenguaje actual lo que nos dice claramente este evangelio. “Vendan sus bienes y den limosnas; háganse bolsas que no se estropeen etc.” Dar limosna (el término griego) tiene también el sentido de ser misericordioso.

La vida tiene sentido como vida de servicio (“tener el delantal puesto”): Servir al prójimo hasta la muerte. San Ignacio de Loyola resume el itinerario espiritual de sus ejercicios como la disposición para “en todo amar y servir”. Lo mismo nos dice hoy esa parábola del evangelio.

Continúa el texto de hoy con la imagen del buen administrador. Ser buenos administradores, fieles y solícitos, es ser emprendedores para configurar este mundo según el proyecto de Jesús. “Buscar el reino o que Dios reine, no es entrar en una actitud pasiva o una evasión hacia arriba” como se podría pensar por lo que dice el evangelio unos versículos antes (27-31). Es una invitación a ser administradores proactivos, creativos, no a ser dueños y a apropiarse. Todos los bienes son dados para usar de ellos conforme el proyecto del Señor, porque es “decisión del Padre reinar de hecho sobre ustedes”.
Aquí se mete  el tema ético de todas las formas de emprendimiento: no amasar tesoros donde roe la polilla, metáfora para hablar de los bienes que se pretenden guardar para uno; sino trabajar por “un tesoro inagotable en el cielo”, es decir los valores de solidaridad, de compartir, de mejorar el mundo de mil maneras conforme la decisión del Padre manifestada en Jesús. Por allí podemos entender la insistencia del evangelio a la vigilante espera.
 Jesús nos recuerda que “a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del Hombre”. Este Hijo de Hombre que llega “como un ladrón”, es decir, sin avisar; como un señor que vuelve a casa de noche, es decir, no se sabe la hora; como un amo que deja encargado y pide cuentas, es decir, inesperadamente. El que el Señor llega no tenemos solamente que pensar que será cuando muramos. Cristo llega en cualquier y en varios momentos de nuestra vida. Llega en los acontecimientos, en las personas, en las cosas, en su palabra, llega siempre, pasa a nuestro lado en cada momento. ¿Hemos estado atentos? ¿Qué podemos hacer para estar en espera vigilante? Dos cosas, desde este evangelio que acabamos de leer. La primera: no tener miedo. El amor de Dios da consistencia a nuestra vida. Sin esa confianza básica, sin esa liberación al miedo, no es fácil esperar porque permanecemos prisioneros de nuestra propia búsqueda de seguridad. La segunda: ser “ligeros de equipaje”, los bienes nos trastornan nuestra vida y tranquilidad, obsesionan nuestro corazón que tiende a ellos. Cuántos han dejado pasar al Señor que ha llegado a sus vidas y no han sido capaces de descubrirlo pues su corazón está ocupado en un tesoro material y pasajero. Por lo tanto confianza en Dios y desprendimiento de uno mismo, a través de los bienes, nos harán posible una sana y feliz espera vigilante.