viernes, 26 de julio de 2013

17º Domingo ordinario: Lc 11, 1-13


17º Domingo ordinario: Lc 11, 1-13

La oración es el espacio que damos para la comunicación con Dios: de Dios con nosotros y de nosotros con Dios. Dios es El que quiere estar con nosotros: El toma la iniciativa. Esa iniciativa es desde su corazón de Padre por sus hijos, de un Padre cercano y tierno (sentido del “Abbá”), cuyo único anhelo es dar lo mejor a sus hijos.

Jamás el hombre habría encontrado las palabras para dirigirse a Dios si no se lo hubiera enseñado. En Jesús, Dios mismo nos enseña las palabras más maravillosas y exactas para dirigirnos a Él. Porque son las palabras que lo dicen todo de Dios, del hombre y de nuestra vida: de nuestras preocupaciones y de las preocupaciones que debiéramos tener.

La oración del “Padre nuestro” es quizás el mejor resumen de todo el Evangelio: en la profunda unión de Jesús con su Padre, se abre y recibe el proyecto del Padre para los hombres. Jesús se desvive hasta la muerte para dar a conocer a los suyos ese proyecto del Padre. Entonces, para Jesús hacer la voluntad del Padre es construir su Reino en medio de nosotros, para que así sea santificado por todos su nombre y todos los seres humanos, que formamos el gran pueblo de Dios, podamos tener vida en abundancia, gracias a que adquirimos como don y con esfuerzo lo que necesitamos para vivir con dignidad (Pan), crecemos en la vida comunitaria y solidaria (Perdón), superemos egoísmos e individualismos (Tentaciones) y nos liberemos de aquello que nos oprime (Mal).(juntando la versión de Lc y Mt)

La oración del Padre nuestro nos hace ver que la primera parte es la causa de Dios: santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino. La segunda parte es la causa del hombre, que no es otra que la causa de Dios: su Reinado en medio de su pueblo! Jesús nos entrega un proyecto y un programa de vida. Fácilmente se nos puede transformar en un rezo que no toque  nuestro corazón ni transforme nuestro entorno.

A continuación viene un pequeño tratado sobre la oración.  La parábola del amigo inoportuno invita a tener confianza y perseverancia en la oración, porque si un amigo da lo que se le pide ante la insistencia del otro, con mayor razón Dios actuará así con los que se dirigen a Él.

En la segunda parte del texto vemos cómo la oración siempre alcanza su objetivo: el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre. Pero entendámoslo bien: Dios no necesita de nuestros halagos para darnos lo que necesitamos porque Él ya sabe lo que nosotros necesitamos antes de que nosotros se lo pidamos. En este sentido, Lucas nos dice que  la oración constituye una urgente invitación a la confianza y a la insistencia, con la certeza de ser escuchados. Basta precisar que Dios nos escucha, pero no en los tiempos y en los modos que fijamos nosotros. La oración oída es la oración que nos transforma, que nos hace entrar, bajo el impulso del Espíritu, en el proyecto de Dios, que nos introduce en su acción. Lo que se recibe no es automáticamente lo que se pide sino el don del Espíritu, que nos permitirá afrontar las situaciones de la vida con la fuerza de Dios. Así la oración es confianza y no acción mágica que resuelve nuestros problemas o carencias.