viernes, 30 de septiembre de 2011

Domingo 2 octubre 2011: 27º Domingo: Mt 21, 33-46  

La parábola de los viñadores homicidas es una verdadera tragedia. Es la parábola del amor rechazado.
En la Biblia, la viña es símbolo del pueblo de Dios (“la viña del Señor es la casa de Israel y los hombres de Judá son su plantación predilecta” Is.5, 6). Nos describe cómo Dios ama a su pueblo y espera una respuesta. En nuestra parábola de hoy, el resultado es un gran fracaso: la crueldad de los viñateros acaba sistemáticamente con el proyecto del Señor de la vid. Frente a tanta crueldad y frustración, la opinión de los oyentes es que “hay que acabar con esos miserables y entregar la viña a otros que entregarán al dueño el fruto a su debido tiempo”.
Es la respuesta humana, conforme a criterios de justicia humana. ¿Es esa también la respuesta de la justicia divina? Veamos qué nos dice Jesús.
Jesús corrige la reacción humana a partir de una cita de la escritura. “La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos”. El Dios de Jesús, su Padre y nuestro Padre, no es un Dios vengativo; no puede tener gestos de exterminio de su pueblo (es la enorme diferencia con textos del Antiguo testamento). En segundo lugar, seguirá abierta la oferta del Reino para quienes quieran recibirlo: y ese proyecto de Dios que revela Jesús, nada ni nadie puede destruirlo.

Este evangelio no solamente pretende reflejarnos la fuerte tensión entre los judíos y las primeras comunidades cristianas. No se limita a lo ocurrido en vida a Jesús. Es también una potente convocación a nosotros hoy. Porque el Señor espera que nosotros, como Iglesia, como comunidad o como familia cristiana produzcamos los frutos propios del Reino: amor fraterno, justicia, solidaridad auténtica. De lo contrario, también a nosotros nos será arrebatado el Reino. Como cristianos, como seguidores de Jesús, es nuestra vocación y misión buscar modelar este mundo conforme al evangelio y al ejemplo que Jesús nos dio.  Buscar hacer nuestro mundo más justo, trabajar por mejorar siempre las relaciones entre los hombres y entre nosotros mismos, cuidar de la creación y de la naturaleza. Esta es la invitación de Dios a cada uno de nosotros. Por supuesto hacemos con ella lo que queremos, porque somos libres, Dios nos ha creado libres.

En su reciente visita a Alemania, Benedicto XVI habló de la libertad a sus connacionales en Berlín en estos términos: La libertad necesita de una referencia a una instancia superior. El que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la autentica garantía de nuestra libertad. El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien, estará inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad ante un bien mayor. Este bien existe sólo si es para todos; por tanto debo interesarme siempre de mis prójimos. La libertad no se puede vivir sin relaciones. En la convivencia humana no es posible la libertad sin solidaridad. Aquello que hago a costa de otros, no es libertad, sino una acción culpable que les perjudica a ellos y también a mí. Puedo realizarme verdaderamente como persona libre sólo cuando uso también mis fuerzas para el bien de los demás. Esto vale no sólo en el ámbito privado, sino también en el social”(Berlín, 22 sept.).

 Pero, ¿somos realmente libres? La respuesta de San Pablo es tajante: “Dios nos ha liberado en su Hijo Jesús para ser libres” (Gal 5, 1). Podemos seguir nuestro propio camino como se relata en el mito de Adán y Eva desde la primera página de la Biblia. Ellos decidieron (cayendo en la tentación) acapararse del conocimiento del bien y del mal. Al querer ser como Dios, se sustituyeron a El y  sustituyeron sus proyectos al proyecto de Dios. El resultado se describe: violencia y muerte (Caín mata a Abel).
Cuando conscientemente se deja a Dios afuera de las relaciones humanas y de la construcción de este mundo, no se puede esperar nada bueno.
Parte del drama de nuestro mundo actual está precisamente en dejar a Dios afuera. Comprobamos a diario que Dios no tiene espacio en la vida de muchas personas. Nuestro mundo se estructura en torno a lo que me es o nos es “útil”, lo que nos sirve y puede consumirse. El sentido de gratuidad se está evaporando. El Evangelio de hoy nos invita a hacer de Cristo y su proyecto la piedra angular de nuestra vida y de la convivencia humana.
Ciertamente no es una opción ni un camino fácil. Hacer de Cristo y de su evangelio la piedra angular de nuestra vida no estará exento de  dificultades y tensiones. Porque es comprometernos a construir el Reino de Dios con valores que están en contrapunto con los valores que nuestra cultura estima importantes. Así, por ejemplo, el espíritu de sencillez y pobreza (evangélica) están en contrapunto con el afán de poder y de posesión.
Promover la solidaridad, buscar aliviar el dolor y el sufrimiento de los demás, mostrarse misericordioso al ejemplo del buen samaritano, todo eso puede estar bien ajeno a lo que busca y promueve hoy nuestro mundo.  Seguir el camino de Jesús y su evangelio va chocar con intereses opuestos. Dios es fiel a su proyecto y a su alianza. Esa fidelidad se encarna a diario en muchos hombres y mujeres que, de una manera silenciosa,  se entregan con gran cariño y generosidad haciendo presente el Reino de Dios en este mundo. A veces se manifiesta de manera eximia en personas como el P. Hurtado, “una visita de Dios a Chile”. El más maravilloso milagro del P. Hurtado es la continuación de su acción en todos aquellos que buscan brindar un hogar a Cristo (“Cristo marginado y excluido,  Cristo en el anciano desvalido, Cristo en la calle, Cristo en al cárcel, Cristo en el minusválido”).
“Gracias a Dios”, nunca faltarán hombres y mujeres que nos muestren por donde pasa el camino del Reino de Dios y nos invitan a recorrerlo para nuestro mayor gozo y felicidad.