jueves, 10 de octubre de 2013

28º Domingo ordinario: Lc 17, 11-19


28º Domingo: Lc 17, 11-19

Lucas gusta de presentar la vida cristiana y el movimiento de Jesús como un camino. Y no es un camino cualquiera, sino un camino hacia Jerusalén, donde Jesús enfrentará su Pascua: en el paso de su muerte – resurrección vivirá el retorno a su Padre.
Y esta es la misión de Jesús: invitarnos a entrar con El en este mismo camino que lleva al Padre, único camino que nos humaniza y nos libera.

 En el evangelio de hoy, de los 10 curados de la lepra, sólo uno entra en el camino de Jesús: “levántate y vete, tu fe te ha salvado”. “Levántate” usa el mismo verbo que para la resurrección de Jesús y “vete” es el mismo movimiento aplicado a Jesús de camino a Jerusalén.
¡Nuevamente un samaritano – enemigo de los judíos – es el salvado! Un samaritano, agradecido de su curación, se pone en al camino del seguimiento de Jesús.

Sin embargo, son 10 los curados de su enfermedad, la lepra, que en tiempo de Jesús, cubría un amplio espectro de enfermedades infecciosas a la piel. “Diez” en lenguaje bíblico tiene un sentido de plenitud (en Génesis, en el relato de la creación Dios habla 10 veces antes de que termine su obra; también están las diez palabras de Dios que llamamos los diez mandamientos; para celebrar la liturgia un día sábado, se requiere un mínimo de 10 fieles etc.). Los diez curados de su enfermedad pueden representar a todos los hombres amados incondicionalmente por Dios sin distinción de raza, cultura o religión. Dios ama a cada persona entrañablemente y de modo único y total, porque cada ser humano es su creación.

Pero también los 10 sufren una grave enfermedad. Viven una vida inhumana. Los leprosos vivían a distancia, fuera de las aldeas y de los pueblos, para no contagiar. Al acercarse, tenían que emitir ruido con una carraca para señalar su presencia. Eran como muertos en vida. Jesús deja que se le acerquen y oye su clamor: ¡Señor, ten piedad de nosotros! Jesús los mira – lo lógico era alejarse – porque en Jesús es Dios que mira la miseria de su pueblo y no lo puede soportar.

En Jesús, Dios actúa y quiere salvar. A la orden de Jesús, obedecen y “en el camino quedaron purificados”. Es de suponer que cumplieron entonces con las prescripciones rituales, presentándose a los sacerdotes en el templo para comprobar su curación, alabando agradecidos a Dios (Levítico 14, 1-32). El samaritano no puede acompañar porque no está permitido que entre al templo: por su condición de enemigo, está excluido. Sin embargo, también alaba al Señor echándose a los pies de Jesús en un gesto de adoración. Alaba y encuentra a Dios que salva, no en el templo, sino en Jesús.

Una vez más, Lucas muestra sutilmente que el Dios que hay que adorar y que salva, no está más en el templo sino en Jesús. No salva la observancia de la Ley ni el cumplimiento de las prescripciones rituales, sino la fe en Jesús.
En el documento de “Aparecida”, nuestros obispos señalan: “No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados…A todos nos toca recomenzar desde Cristo(N° 12)”.

Y podemos agregar con este evangelio: desde un Dios que no excluye a nadie. Dios toma en su amor hasta los más marginados de la sociedad como eran los leprosos para darles vida nueva.

Dios se identifica con ellos cuando en el mismo Jesús se hace uno de ellos: en su pasión sufre  la exclusión radical y el abandono total al morir en la cruz. Pero Dios lo resucitó. Queda para siempre la buena nueva: al amor es más fuerte. ¡El amor vence la exclusión y le gana a la misma muerte!

Hoy, como en tiempos de Jesús, también hay numerosos excluidos y marginados. Los adultos y los jóvenes que vagan por nuestras calles. Los enfermos en hospitales que nadie visita. Los adultos mayores que vienen a ser un estorbo (y que en países desarrollados se suaviza su muerte con la eutanasia). Los que caen en el consumo de las drogas y son apartados de su medio social. Las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar y que no pueden hacer valer sus derechos. Los que no pueden encontrar un trabajo porque no califican por su edad, por su condición social. La lista que sigue es larga.
A ejemplo de Jesús, podemos acercarnos a todos ellos. Y la práctica de nuestro amor misericordioso puede devolverles su dignidad de ser humano, de personas que se sienten queridas y amadas, para que se levanten y se pongan a caminar descubriendo la fe por el amor solidario.