jueves, 15 de diciembre de 2011

4º Domingo de Adviento: Lc 1, 26-38


Lc 1, 26-38: 4º Domingo de Adviento

A una semana de celebrar la Navidad, la liturgia nos orienta en este cuarto domingo de Adviento para prepararnos a entrar de lleno en el proyecto de Dios para los hombres, para cada uno de nosotros: habitar entre nosotros y en nosotros.
Dios quiere conducir la historia y la vida de cada ser humano.
La primera lectura, la profecía de Natán al rey David, recuerda que no es el rey que tiene que construirle el templo al Señor o la morada de Dios entre los hombres. No, la iniciativa vendrá del mismo Dios: “El Señor te ha anunciado que El mismo te hará una casa”. “Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre”.
Es el anuncio solemne de la nueva humanidad de la que el mismo Dios toma la iniciativa pero cuyo cumplimiento estaba todavía lejano.

En su evangelio, Lucas pone en contraste la anunciación a Zacarías en el templo y la anunciación a María en un pueblo ignorado, Nazaret, en una provincia apartada, Galilea, despreciada por los judíos (la Galilea de los gentiles). Definitivamente, la presencia de Dios entre los hombres ya no pasa más por la institucionalidad del templo, sino por la respuesta de María a la invitación del ángel Gabriel (=enviado de Dios).
Dios se ha apartado del centro de poder (el templo de Jerusalén), para ir a la periferia insignificante de un pequeño pueblito, solicitando el consentimiento de una joven muchacha para realizar su proyecto de la nueva humanidad.

María está en la línea de la profecía de Natán: está comprometida con un hombre, José,  perteneciente a la familia de David. Pero José no será el padre del niño que se encarnará en ella. No, porque un hombre, un ser humano no puede ser de ninguna manera modelo de la nueva humanidad; tampoco puede ser  condicionada por una tradición humana transmitida por un padre humano. Aquí está el sentido teológico de la concepción virginal. La nueva humanidad será obra de Dios: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios”.

El Espíritu de Dios es el que actúa desde el comienzo de la creación en el libro de Génesis. Aquí es el mismo Espíritu que se hace presente al iniciarse la nueva creación.
Claramente lo que Lucas quiere decir para sus lectores es que con Jesús, empieza una nueva humanidad que es obra e iniciativa de Dios pero que no se realiza sino por la fe ideal de María; y, a partir de María, por la fe de toda comunidad y de todo creyente.

Al comienzo de la Biblia, Adán (que significa “hombre”), es obra de Dios,  creado por él,  y padre de la humanidad.
Jesús es otro Adán, en el linaje de Adán, descendiente de Adán (Lc 3, 28), pero a la vez nuevo Adán, comienzo de la nueva humanidad. Si a Adán lo creó Dios, a Jesús, en cuanto verdadero hombre, tiene que haberlo creado Dios también (Lc 1, 35). Por eso no puede ser hijo de José.
 ¿Cómo es esa nueva humanidad de Jesús y en qué consiste? Pues bien, el resto del evangelio es respuesta a esa pregunta. La humanidad que se manifestará en Jesús es expresión del proyecto de Dios para todos los hombres: que se amen, que se respeten, que fraternicen y solidaricen entre ellos. Jesús encarnará y manifestará lo que Dios quiere ser para los hombres y en cada hombre. Se identificará con los pobres y los pequeños, con los sufridos de la tierra: los enfermos, los postergados y los excluidos (lo que habrás hecho a este hermano más pequeño…). Se identificará con la comunidad orante (donde dos o tres se reúnen en mi nombre…). Se asimilará con el pan de la eucaristía que se parte y se reparte como alimento de la nueva humanidad.
La nueva humanidad revelada por Jesús es la que da el único sentido de la vida humana: ser vida al servicio de los demás y de todos los demases disminuidos en su humanidad, en su calidad de vida humana.

En este sentido surge aquí nuevamente la belleza de una obra como el Hogar de Cristo: brindar un hogar al que sufre, dignificar y humanizar vidas dañadas, heridas, conculcadas.
Decir junto a María: “Hágase en mí según tu palabra”, es vivir la disponibilidad en nuestra vida para que otros tengan “más vida”, para erradicar tendencias individualistas o que impiden a seres humanos de cualquier modo acceder a una vida humana más digna.
Por allí va también el sentido más profundo de la virginidad de María: estar lleno de gracia es estar lleno de compasión y de acogida misericordiosa frente a los que sufren.
Tal vez es algo de esa actitud que caracterizó al P. Hurtado: él que “acogía” con tanta fuerza por que también en él encontraba respuesta fecunda el Espíritu del Señor.
En estos días que nos separan de Navidad, preparemos nuestro corazón pidiendo humildemente la gracia de repetir junto a María: “hágase en mí según tu Palabra”.