sábado, 16 de junio de 2012

11º Domingo ordinario: Mc 4, 26-34


11º Domingo ordinario: Mc 4, 26-34

El evangelio de Marcos se escribió alrededor del año 70, probablemente para la joven y pequeña comunidad cristiana de Roma, en tiempos del todopoderoso imperio romano. Allí los cristianos son una pequeña e insignificante minoría en un mundo adverso y hostil al mensaje cristiano. Tenían que luchar contra el desánimo y las defecciones. El evangelista busca animarlos: ¡no se rindan! Sigan sembrando la semilla de la palabra de Dios. En ese contexto, Marcos pone en boca de Jesús dos pequeñas parábolas sobre el Reino de Dios. Invita a los seguidores de Jesús a tener paciencia en su misión de dar a conocer el proyecto del Padre que Jesús vino a anunciar.
Hay que trabajar con humildad y paciencia como el sembrador que esparce la semilla. Todo el resto es algo misterioso y maravilloso: el granito que produce un tierno tallito, luego una espiga donde van madurando lentamente nuevas semillas.
Una segunda comparación nos pone una semilla aun más modesta: la del grano de mostaza. Termina produciendo un arbusto grande y vigoroso donde los pajaritos vienen a anidar. Ambas parábolas, tomadas de la vida campesina de Galilea, ilustran cómo los discípulos de Jesús estamos llamados a acoger la palabra y a anunciarla sin preocuparnos demasiado de la eficacia, del éxito, del rendimiento. Es una invitación a ser en primer lugar humildes colaboradores de la palabra de Dios, simples sembradores antes que cosechadores.
En nuestro mundo cada vez más secularizado y donde la Iglesia institucional ha perdido su posición social dominante durante muchos siglos, conviene insistir en el mensaje del evangelio de hoy: ser humildes sembradores del proyecto de Dios para los hombres. No es algo grandioso ni aparatoso. Es algo tan sencillo como el grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, pero que va creciendo secretamente en el corazón de las personas.
Aquí viene la enseñanza y el mensaje central: es Dios el que da el crecimiento a su Reino, es decir el advenimiento de un mundo más justo y equitativo, un mundo de hermanos, un mundo donde hay espacio para que todos los seres humanos puedan vivir su vida con dignidad.
Para nosotros los sembradores y anunciadores, aquello es un gran y profundo acto de fe. Hacemos el esfuerzo inicial de la siembra, pero al final todo depende de la gracia, de Dios cuyo reino quiere venir a nosotros, como lo rezamos en la oración que Jesús mismo nos enseñó.
Por cierto que el acto de anunciar y sembrar hoy requiere de renovada creatividad. Ya no ayudan mucho las antiguas recetas o las catequesis tradicionales.
Tenemos que confiar y ejercernos en el acto de fe que el evangelio sigue siendo hoy la gran buena nueva para la renovación, la vida y la salvación de nuestro mundo.
La próxima semana tendrá lugar la nueva cumbre mundial sobre “Desarrollo sustentable” en Rio. Participarán más de 135 países. El tema central se expresa en el lema: “El futuro que queremos”. El texto preparatorio de las Naciones Unidas sigue centrado en la economía, la que no sale del esquema de “economía de mercado” cuyo principio articulador es el “negocio”. Esta perspectiva está destruyendo nuestro planeta con consecuencias cada vez más a la vista. ¿Cómo recuperar una mirada de respeto al planeta, a lo que la sabiduría indígena llama la “pacha mama” o lo madre tierra? ¿Cómo generar nuevas conductas humanas a partir de lo que nos dice hoy la naturaleza? ¿Cómo entrar en la actitud de humildad del sembrador de las pequeñas parábolas de hoy?
El desafío no es menor, porque puede ser una tarea de sobrevivencia de la humanidad aprender a descifrar inteligentemente lo que la naturaleza nos está diciendo en vez de seguirla explotando vorazmente.