viernes, 3 de junio de 2011

Ascención del Señor: Mt 28, 16-20


La Ascensión de N.S.J.C.: Mt 28, 16-20

“Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso” rezamos cada domingo en nuestro Credo.
Hasta el siglo V, la liturgia celebraba como fiesta única la  Resurrección y la Ascensión. Sólo a partir de entonces y con la historificación del relato de Lucas, se desmembró la fiesta de la Ascensión como fiesta propia.

El cielo adonde ascendió Jesús no es en este caso el lugar de las estrellas o de los viajes espaciales. No es un lugar al que vamos sino una situación en la que seremos transformados si vivimos en el amor.
Se refiere al cielo de la fe. El cielo de la fe es Dios mismo que “habita en una luz inaccesible” (1 Tim 6, 16). La realidad del cielo se hace efectiva en el encuentro íntimo de Dios y del hombre. Ese encuentro íntimo de Dios y del hombre se ha realizado definitivamente en Cristo quién ha pasado por su muerte corporal a la vida nueva. El cielo viene a ser el futuro del hombre y de la humanidad. Ese futuro le queda cerrado mientras cuente sólo consigo mismo y queda replegado sobre si mismo. El futuro y la vida nueva han sido abiertos por primera vez y de manera radical en el hombre Jesús, el último Adán, cuya existencia era Dios y por quien Dios entró en el ser del hombre.
Por eso el cielo es siempre más que un destino particular y privado; está necesariamente en relación con el “último Adán”, con el hombre definitivo y, por consecuencia, con el futuro global del hombre (tomado de “Fe cristiana ayer y hoy” de Joseph Ratzinger).

La Ascensión es la entronización de Jesús es la esfera divina. Lucas hace toda una descripción de esta entronización al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles, lo que corresponde a la primera lectura. En el evangelio de hoy que trae el final de Mateo, no se describe ningún ocultamiento de Jesús. Escuchamos a Jesús que dice: “yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra”; ya está investido del poder divino. Habla Jesús resucitado que ya ha ascendido y está sentado a la derecha de Dios. Nos podemos preguntar por todo ese agregado descriptivo de Lucas: ¿por qué  transforma la Ascensión en una narración?
En la antigüedad las escenas de ocultamiento y ascensión realzan el fin glorioso de un gran hombre. Existen varios ejemplos en la literatura antigua (Tito Livio a propósito de Rómulo fundador de Roma). Lucas hace uso de un esquema literario conocido en su tiempo para describir el paso del tiempo a la eternidad y de los hombres hacia Dios. Pero hay otra razón más profunda.
Sabemos que los primeros cristianos pensaban que el retorno de Jesús era inminente. En sus liturgias vuelve frecuentemente la oración: “Marana tha: Ven Señor Jesús”. Pero los primeros cristianos van muriendo y el tiempo pasa y Jesús no vuelve. Lucas entonces viene a dar una respuesta y a corregir la expectativa frustrada. No hay que esperar el pronto retorno de Jesús. Al contrario, el tiempo que se inaugura desde su partida es el tiempo de la misión y de la Iglesia. Su descripción muestra que Cristo se ha ido: no se trata de seguir mirando al cielo porque no volverá sino al fin de los tiempos. La tarea de los discípulos es constituirse ahora en el mundo como Iglesia.

La Ascensión entonces es la afirmación de que éste es el tiempo de la Iglesia, de la misión, la que nos resume precisamente el final del evangelio de Mateo.
Jesús resucitado, entronizado, sentado a la derecha del Padre, expresado en “yo he recibido todo poder”, envía a sus discípulos a la misión sin límites, a todos los pueblos de la tierra. De ahora en adelante, se reconocerá a Jesús en su Iglesia, en los signos sacramentales y en todo aquel que sigue el camino que recorrió Jesús de Nazaret.
Este es el camino del amor y de la solidaridad con los sufridos de la tierra para comunicarles que Jesús resucitado está con nosotros hasta el fin del mundo.