jueves, 10 de febrero de 2011

13 de febrero de 2011: 6º Domingo ordinario: Mt 5, 17-37

6º Domingo ordinario: Mt 5, 17-37

Las tristes noticias de la Iglesia los últimos meses y ampliamente difundidas en los medios de comunicación, tal vez no nos han permitido estar atentos a una gran y hermosa noticia de nuestro Santo Padre Benedicto XVI. Invitó recientemente a leer y estudiar la Biblia junto a nuestros hermanos judíos, dando así un paso vigoroso en la senda del movimiento ecuménico iniciado en el Concilio Vaticano II. El complejo evangelio de este domingo puede ser un buen ejercicio en este sentido.

Sabemos que el evangelio de Mateo fue escrito en y para la comunidad judía, seguidora de Jesús y sus enseñanzas. Después de las Bienaventuranzas(4º domingo), y una breve proclamación de lo que son los seguidores de Jesús (“sal y luz”, 5º domingo), Mateo quiere alertar contra la sospecha de que Jesús ha venido para “destruir” la “ley y los profetas”. La expresión “la ley y los profetas” designa toda “la Biblia”. En Mateo volvemos a encontrarla otras dos veces; en ambas se explica que la ley y los profetas se expresan en “la regla de oro” (7,12) y en el mandamiento doble de amar “a Dios y al prójimo”(24,40). Mateo estará preocupado en que la Biblia o Palabra de Dios “se cumpla” en la nueva comunidad.

La larga perícopa (el texto de hoy) -por otra parte- no puede despegarse de lo que dirá a continuación. Allí Jesús aclarará que busca una “justicia mayor” que los escribas y fariseos (por tanto, ir más allá del cumplimiento que ellos pretenden), y precisamente indicará una serie de textos de la ley aclarando qué es esa “justicia mayor”, o ese “cumplimiento” que aquí propone: “han oído que se dijo... pero yo les digo”.

En tiempos de Jesús los mandamientos a cumplir o evitar eran 613 y esto era visto -frecuentemente- como “pesadas cargas” (23,4), con lo que se termina “cerrando a los hombres el Reino” (23,13). El problema está en la comparación entre la exigencia de obediencia de la ley que propone Jesús y la que proponen los “escribas y fariseos”. Eso queda expresado -además- en el “yugo suave y la carga liviana” (11,30) contrastando con las cargas imposibles de llevar.

La comunidad de Mateo, fiel al judaísmo, se encuentra con la predicación de los fariseos que es presentada como “discurso único”: lo no fariseo no es verdadero judaísmo. Jesús pretende mostrar que supera esa fidelidad, pero no aniquilando “la ley y los profetas”, ni estableciendo escala de valores que enseñen a cumplir algunos y desatender otros mandamientos, por más insignificantes que sean. Jesús propone ir más allá, quiere ir a la plenitud, a una justicia mayor que la que enseñan los fariseos, y mostrar que de esa manera se dan por superados.
Hasta las normas más insignificantes tienen sentido, pero no en el esquema hipócrita de los fariseos que todo lo cumplen para ser mirados y aplaudidos, sino el sistema gratuito que busca lo mejor para los demás, como nos gustaría a nosotros mismos, es decir, amar al prójimo, simplemente.

La clave de todo el relato radica en el significado de “cumplimiento”. El amor supone un nuevo modo de cumplimiento. Así como los profetas “se cumplen”, también la ley (11,13), Jesús -que es “como Moisés”- presenta una nueva enseñanza que plenifica todo lo antiguo. No son los códigos legales, sino “toda” la enseñanza de Dios lo que debe cumplirse. Es una invitación a volvernos capaces de crear espacios de encuentro, de felicidad en la relación con Dios y con los hermanos.
La “justicia mayor” que propone Jesús y por la cual se “cumplirán la ley y los profetas” es encontrar espacios de amor, solidaridad, gratuidad y justicia; eso basta para cumplir “todo”, hasta lo más pequeño de la Ley. Pablo lo formula de modo semejante: “el que ama al prójimo ha cumplido la ley... el amor es la ley en plenitud” (Rom 13,8-10).
Entonces el evangelio de hoy nos sitúa correctamente en la gran corriente de los evangelios por la cual llega el Reino de Dios a este mundo.