sábado, 23 de julio de 2011

Domingo 24 de Julio: Mateo 13, 44-52







 17º Domingo Ordinario: Mt 13, 44-52


Los tres últimos domingos se ha leído el capítulo 13 de Mateo. Ese capítulo trae 7 parábolas, comenzando por la parábola del sembrador, la que nos describía diferentes actitudes frente a la palabra de Dios. Es la más extensa de las 7 parábolas.

La parábola del trigo y la cizaña que escuchamos el domingo pasado era una exhortación a la paciencia frente al mal y a no juzgar precipitadamente a los malhechores. Concluyó con la recompensa para los justos al final de los tiempos  y el castigo para los malvados.
Venían a continuación dos pequeñas parábolas: la del grano de mostaza y la de la levadura, que nos exhortaban a percibir la gran fuerza que pueden producir en el Reino cosas insignificantes o sencillas como un humilde granito o un poquito de levadura. El Reino de Dios no es cosa de grandes medios o recursos. En los gestos humildes o en las cosas pequeñas está la tremenda potencialidad.

El evangelio de hoy nos trae las últimas tres parábolas en el mismo capítulo 13.
Nuevamente tenemos dos pequeñas parábolas: la del tesoro y la de la perla preciosa. Son una invitación a dejarse llevar por la alegría que significa el descubrimiento del Reino y a darlo todo por la causa del Reino.
La parábola de la red que se echa al mar retoma lo del trigo y la cizaña (lo bueno y lo que no sirve). De igual modo al final de los tiempos se separarán los buenos y  los malos. Estos últimos tendrán su castigo. En estas dos parábolas se describe con el género literario típico de la Biblia (el apocalíptico) lo que ocurrirá al final del tiempo.

De las 7 parábolas, 5 transmiten el mensaje que lo importante es vivir y construir el Reino (o Reinado) de Dios en el momento y tiempo que nos toca vivir, el  tiempo presente con su contexto de dificultades y adversidades.
El cristiano se deja llevar no sólo por la esperanza del cumplimiento de la utopía del Reino al final de los tiempos. Debe dejarse llevar sobre todo por el compromiso en el tiempo presente.

A veces se ha puesto el acento del compromiso con el Reino en la perfección individual. Es bueno recordar que el evangelio no va dirigido sólo al individuo y a su perfección. El proyecto de Jesús  se orienta a la transformación de la manera de vivir de toda la humanidad. Su discurso y sus gestos apuntan a cambiar las relaciones entre los hombres.
Diríamos hoy un cambio hacia relaciones de respeto por la dignidad de cada ser humano, relaciones que fomentan la solidaridad y el compartir, por ende relaciones que hacen que seamos más felices al procurar hacer un poco más felices a los demás. (la alegría por el tesoro encontrado).


El evangelio nos deja en claro  aquello que impide que venga el Reinado de Dios a todos los hombres y que son precisamente las cosas que tienen más aceptación o son más buscadas y apetecidas por los hombres: poder, riqueza, honores. El mundo se construye y gira en torno a esas fuerzas centrífugas que alejan de la venida del Reino.
Ahora bien, más que renunciar a riqueza, poder u honores, se trata más bien de buscar, discernir y elegir aquello que propone el evangelio y que Jesús realizaba en su vida diaria: la felicidad de los seres humanos.

Consideremos a todo lo demás como puros medios que bienvenidos sean en la medida que permitan llevar alegría y más humanidad a nuestros hermanos.
Es precisamente eso mismo que está en el centro de la espiritualidad ignaciana: discernir lo que Dios quiere para nosotros y para los hombres. A partir de allí, podremos actuar con buen juicio y sabiduría para el bien de nuestros hermanos. Es justamente ese don del discernimiento y del buen juicio que el rey Salomón pidió en un sueño al Señor para poder conducir a su pueblo por los caminos del Señor.

Las metáforas y las alegorías contenidas en las siete parábolas del capítulo 13 de Mateo nos pueden orientar para madurar en el discernimiento de cuales son los caminos por donde pasa el Reino de Dios y por donde no pasa. Teniendo claridad de juicio y voluntad para actuar en consecuencia, podremos pertenecer a los discípulos dispuestos a  “amar y servir” en todo momento, lugar y circunstancia para hacer presente el Reino.