miércoles, 30 de octubre de 2013

31er Domingo: Lc 19, 1-10


31er Domingo: Lc 19, 1-10 : Zaqueo

El domingo pasado, contemplamos la escena del fariseo y del publicano en el templo. El publicano era un modesto recaudador que tenía que llevar la cuota estipulada al jefe de recaudadores. Zaqueo es uno de estos jefes. A pesar de ser muy rico, pertenece al mundo de los pecadores y excluidos. Pesa sobre él el estigma del desprecio de los demás. Lo acentúa Lucas al describirlo como de “baja estatura”.
El lugar del encuentro con Jesús es la ciudad de Jericó. Era una ciudad elegante y residencia de importantes funcionarios del templo. Hay que acordarse del sacerdote y levita que bajaban por este camino al templo de Jerusalén y se encontraron con un herido grave.
Podemos imaginarnos que Zaqueo vivía de manera muy acomodada, en una mansión de un barrio elegante de esa ciudad.
Había oído hablar de Jesús: ese predicador con autoridad tan distinta, que hablaba de Dios llamándolo su Padre, un Dios bien diferente al de los piadosos fariseos. Presentaba a un Dios liberador, cercano a los pobres, a los enfermos, a los pecadores, un Dios lleno de amor misericordioso y, por otro lado, muy severo con los ricos. Para ellos era muy difícil entrar en el reino de Dios, más difícil que a un camello pasar por el ojo de la aguja – la puerta baja y angosta en las murallas de Jerusalén.
¿Será verdad que el dinero no lo es todo en la vida? se preguntaba quizás Zaqueo al enterarse de las novedosas enseñanzas de Jesús. Aquello que predicaba Jesús: que lo más importante es el  Reino de Dios y su justicia y que las demás cosas se darán por añadidura, intrigaba a Zaqueo.
Como era bajo de estatura y una gran muchedumbre rodeaba a Jesús, a pesar de ser un  hombre rico y poderoso, no le importa  hacer el ridículo subiéndose a un árbol, como lo haría un niño, para ver pasar a Jesús.
Con esta descripción pintoresca, el evangelista nos indica el caminar en la fe de Zaqueo. Empezó a prestar atención a Jesús y a su evangelio, cambiando de a poco su mirada del dinero y de la riqueza al evangelio del reino.
Zaqueo se ha dejado tocar por las novedosas enseñanzas del joven rabí llamado Jesús de Nazaret. Ha empezado a quererlo, a dejarse seducir por su mensaje: sus palabras de misericordia han traspasado su corazón. Su corazón ardía por ver y conocer a Jesús.
Ese deseo y esa fe tocan a su vez el corazón de Jesús. Se detiene, mira a Zaqueo arriba en el árbol y lo llama por su nombre: “Zaqueo baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Jesús no lo increpa, exigiendo que pida perdón. Al contrario, tiene un gesto de acogida impensable que provoca airadas reacciones y protestas entre todos los presentes. “Todos murmuraban diciendo: se ha ido a alojar en casa de un pecador”. La alegría de la presencia del Espíritu no les toca: no comparten el mensaje liberador de Jesús. En contraste con ese “todos”, Zaqueo abre su corazón a la gracia y el Espíritu manifiesta inmediatamente su presencia, no sólo por la alegría que lo invade, sino también liberándolo de su avaricia y devolviéndole la libertad. Lucas manifiesta este efecto: Zaqueo se decide a repartir la mitad de sus bienes a los pobres. Pero además, quiere también restablecer la justicia donde la pasó a llevar.
El secreto de Zaqueo está en haber sabido distinguir claramente su malicia objetiva de la que tuvo consciencia y la benevolencia – mucho más objetiva aun – de Jesús, quién le hizo percibir su amor no a pesar de sus faltas sino a causa de su pecado. Convertirse no significa cambiar de vida de manera voluntarista, sino dejarse tocar y encontrar por Jesús quién desea ser el huésped de nuestro corazón. “Señor, Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan” (1ª lectura). Sólo en la medida en que acogemos “la salvación en nuestra casa”, el Señor “llevará a termino entre nosotros, con su poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe” (2ª lectura).
La fe que comparte con los pobres y busca restablecer la justicia es auténtica salvación.
Tal vez como la joroba del camello que le impedía pasar por la puerta de la aguja, llevamos a cuestas la joroba del apego al dinero que nos dificulta acoger a los pobres y al reino de Dios con su justicia.