viernes, 2 de septiembre de 2011

4 de septiembre: Mateo 18, 15-20


Domingo 23°: Mateo 18, 15-20

El evangelio empieza con una situación donde alguien me ha ofendido. Estamos en el contexto de una comunidad cristiana, constituida por personas muy diversas y donde se han producido roces, diferencias de punto de vista hasta llegar a la ofensa. La ofensa produce daño en la convivencia, daño que podría ser irreversible de no reaccionar y no buscar como reparar lo que atenta a la vida de la comunidad.
En primer lugar, si me han ofendido no se trata de divulgar la ofensa. No hay que prestarse a ser caja de resonancia de lo que daña el vínculo de afecto y respeto. Esto último construye comunidad mientras lo primero la destruye. El evangelista invita a ser constructivo: “si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano”. Aquí se alude a lo que precede inmediatamente en el evangelio: la oveja perdida que el pastor recobra con mucho esfuerzo. Lo mismo hay que hacer todo lo posible por no perder a tu hermano, por mantenerlo en la comunidad. Así que no se trata en primer lugar de obtener alguna satisfacción-reparación por haber sido ofendido sino que el punto es no perder al hermano. ¡Tenemos responsabilidad sobre el otro cuando nos ha ofendido!
Sabemos que no siempre resulta el intento como lo describe el evangelio. Si hay algo difícil entre nosotros los seres humanos, es saber relacionarnos bien, sin rencor, con humildad y paciencia, con amor como primer y último criterio. Nos lo recuerda San Pablo en la segunda lectura: “al amor no hace mal al prójimo; el amor es la plenitud de la Ley”.

A menudo ocurre también que observamos cómo personas  hacen daño  que afecta a la comunidad. En este caso la mayoría de la gente estará inclinada a decir: eso no me incumbe. Dice el evangelio: no llama en seguida a la policía, no anda al tiro al tribunal; llama a dos o tres testigos. Si la persona en cuestión  quiere escuchar, habremos ganado a nuestro hermano. Pero si este paso no resulta, a pesar de nuestros esfuerzos, no queda más camino que presentar el asunto en público: frente a toda la comunidad, dice el evangelio. Sólo cuando lo hemos intentado todo y no produce resultado, entonces perderemos a nuestro hermano y lo excluiremos de la comunidad. Sólo entonces está perdido y tendremos que considerarlo como un pagano o un publicano.
Cada miembro de la comunidad tiene una gran responsabilidad. Jesús lo introduce con toda solemnidad: “En verdad les digo: todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
Los poderes conferidos por Jesús a Pedro se extienden ahora a los integrantes de la comunidad, siempre en un contexto de fortalecerla, de re-unirla cuando hay ofensa o división. Ciertamente que esos poderes van más allá de cómo se ha interpretado tradicionalmente, limitándolos a la confesión sacramental. Lo que hacemos de bien o de mal entre nosotros también se considera como bien o mal a los ojos de Dios. Por lo tanto es una gran responsabilidad de cada cual en la comunidad. Pero Jesús nos dice algo maravillo para ayudarnos. Nuevamente lo introduce solemnemente: “También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá”.
¿Se trata de cualquier contenido y de cualquier petición? ¿Pedimos “unidos”, como “comunidad que ha discernido lo que Dios quiere”? Lo que Dios quiere está muchas veces expresado en el evangelio: aceptación mutua, hacernos el bien unos a otros, ser “paciente y humilde de corazón”,  no vivir en ambiente de ghetto cerrado, ser sal de la tierra y luz del mundo. Esa oración comunitaria y que Jesús mismo nos enseñó en el “Padre nuestro”, viene a ser su presencia de resucitado en medio de nosotros. “Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, Yo estoy presente en medio de ellos”.
Por cierto que es una presencia misteriosa la del resucitado. Vivimos esta misma presencia misteriosa cuando escuchamos la palabra de Dios; en las especies de pan y de vino consagrados; en la asamblea de los fieles; en cualquier ser humano que sufre hambre, sed, frío, enfermedad, encarcelamiento etc. ¿No son todos momentos donde viene a nosotros su Reino o su Reinado?
La voluntad del Padre es que venga a notros (a toda la humanidad) su Reino donde nadie carezca del pan necesario para llevar una vida digna, donde sanamos y superamos todo lo que divide y separa y donde resistimos las formas de existencia en materialismo e individualismo.
En este mes de la Patria, pidamos que venga su reino a Chile, a esta hermosa tierra que Dios nos ha regalado. Pidamos para que crezca la capacidad de llegar a entendimientos por sobre los enfrentamientos. Vivimos momentos históricos y se abren grandes oportunidades, como pocas veces en nuestra historia, para consensuar nuevas posturas en la educación, permitiendo el acceso a una educación de calidad sin exclusiones sociales. Ha llegado el momento de implementar medidas correctivas para ir disminuyendo las inequidades sociales que se arrastran por varias décadas. ¡Que a todos nos pueda fascinar la construcción de una sociedad más justa y más feliz!