sábado, 30 de abril de 2011

1º de mayo 2011: 2º Domingo de Resurrección

2º Domingo de Resurrección: Jn 20, 19-31

Hace unos seis años atrás, escribí el siguiente comentario sobre Juan Pablo II.
“Apenados, miramos como el Santo Padre Juan Pablo II emprende su último viaje hacia el Padre de todas las misericordias. Con más de 100 viajes alrededor del mundo, recordamos en estos días su paso por Chile hace 18 años atrás. Creo que su visita no dejó indiferente a nadie y marca nuestra convivencia hasta el día de hoy. “El amor es más fuerte” gritó con potente voz a raíz de los disturbios durante la beatificación de Sor Teresita de los Andes. “Los pobres no pueden esperar” exclamó frente a economistas y políticos en la CEPAL. Dos pequeñas frases que nos orientan para ser colaboradores abnegados en el establecimiento del Reinado de Dios entre nosotros. Ya pronto en presencia del Padre eterno, Juan Pablo II seguirá intercediendo por la Iglesia a la que tanto amó y por la que entregó su vida”.
Hoy 1º de mayo y en la fiesta del Jesús de las Misericordias que él mismo introdujo como devoción para este segundo domingo de Resurrección, Juan Pablo II ha sido beatificado. Ya forma parte del gran coro de los beatos y santos de la Iglesia.

En la primera lectura de hoy de los Hechos de los Apóstoles, Lucas nos describe a la Iglesia naciente como una comunidad perfecta: “los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno”. Se dedicaban a la oración  y a la celebración de la Eucaristía. Ese gran entusiasmo que significaba una liquidación total para vivir una solidaridad completa se describe como primera reacción de la comunidad que vivía su fe en Cristo resucitado, esperando tal vez su pronto retorno. La comunidad se estructuraba como el nuevo y verdadero Israel, el nuevo pueblo de Dios, considerando que quedaba poco tiempo para que todo se cumpliera y llegara definitivamente el reinado de Dios.
Fue transcurriendo el tiempo y surgían las persecuciones y los martirios y no llegaba el reino de Dios en plenitud según la visión primitiva. Tuvieron que ampliar su horizonte a otros pueblos, razas y culturas. Fue el progresivo descubrimiento que el reinado de Dios no es sólo para este pequeño grupo primitivo que se dio una estructura de convivencia ideal, sino para toda la humanidad sin restricciones ni límite alguno. Así fue surgiendo paulatinamente el dinamismo evangelizador de la Iglesia como luz para todos los pueblos. Se va entendiendo que la voluntad de Dios manifestada en la vida y muerte de Jesús es el restablecimiento de las relaciones humanas en el respeto, en el servio mutuo y en el amor fraterno sin límites, preferentemente a los pobres y excluidos, como lo resume Lucas en su evangelio.

Continuando con el evangelio de hoy de Juan y en la línea de una lectura muy simbólica, como conviene, del cuarto evangelio, Tomás puede ser cada uno de nosotros (como “mellizo” de Tomás) y en un camino de fe que hemos de recorrer. La fe de Tomás se reducía a lo que el pensaba era la realidad. “No estaba con ellos”, la comunidad nueva de los discípulos que siguen al Señor muerto y resucitado y que se juegan por su reinado universal.
 No concibe aun a Cristo resucitado con sus heridas en los hombres (mujeres y niños) víctimas en el mundo. No comparte todavía la  misión impartida por el Señor que envía a sus discípulos a  trabajar por la nueva humanidad; a relacionarse con los demás en “la paz de Cristo” (“Felices los que trabajan por la paz…”); a sentirse ungido por el Espíritu del Señor resucitado para convertir ese mundo de injusticias y divisiones en un mundo donde se proclama y ejemplifica que el amor es más fuerte (= declarar libres de los pecados o imputarlos) y que amar y servir a los pobres es amar y servir al mismo Señor resucitado.

A través de sus innumerables viajes por todo el mundo, Juan Pablo II había tomado sobre sí esa misma misión que Jesús confió a los suyos: reconciliar a los hombres en el amor y trabajar incansablemente por la justicia y la paz.
¡Que el eje y sentido de nuestra vida pueda injertarse en esta misma misión!