sábado, 7 de abril de 2012

Domingo de Resurrección: Jn 20, 1-9


LA RESURRECCIÓN:  Jn 20, 1-9

La Resurrección es el máximo misterio de nuestra fe.
El proyecto de Jesús, la utopía del Reino que los judíos pensaron haber acabado al clavarlo en la cruz, está vivo para siempre en la historia de la humanidad. ¿Cómo fue eso? Pues aquí no hay ningún paso lógico que lo pueda explicar. Tocamos el corazón del misterio de nuestra fe.

De la Resurrección misma, prácticamente no podemos decir nada. Ningún vocabulario, ninguna palabra traduce adecuadamente lo que es. Los evangelios y el nuevo testamento ya usan distintas palabras para referirse al misterio de la resurrección: Jesús ha sido glorificado por Dios (Juan). Nos quiere decir que Jesús está definitivamente con el  Padre y participa de su eterna y divina gloria. Otras expresiones se refieren a su exaltación (después de la humillación y la obediencia hasta la muerte en la cruz). En otras partes se habla del viviente y de la vida: el viviente que accedió a la vida de y en Dios (Lucas y Pablo). Parece claro que ninguna palabra puede reflejar adecuadamente lo que supera toda palabra.

Para los discípulos, es una experiencia de revelación, con mucho vaivén,  además de  miedo y dudas: vemos en las escrituras que éstas son las reacciones que suelen asociarse a escenas de revelación (Moisés) como acontecimiento de perturbación; ocurre algo totalmente inesperado que proviene de fuera de las personas y produce una metamorfosis en sus vidas. Para ellos, la resurrección es una novedad total, una nueva creación.

Leemos en los evangelios que los discípulos de Jesús (¡sobre todo las  mujeres!), después de un período de completa desorientación, descubren y experimentan que su querido Maestro y amigo, a pesar de su muerte, les sigue tocando  su corazón. Su mensaje aun los motiva y su ‘muerte’ ya no tiene el sentido de muerte. Se sienten animados y energizados por su Espíritu.

Es esta pequeña comunidad de discípulos y discípulas que da definitivamente origen al mayor movimiento religioso de la historia: el cristianismo. Y eso no tiene sentido sin su fe en lo que llamamos la resurrección.

Miremos el evangelio de hoy en Juan. Ya señalé en otra oportunidad que los relatos de Juan tienen un alcance simbólico. Si los leemos solamente como relación de hechos que ocurrieron, no vamos a ser tocados por el alcance simbólico.
“El primer día de la semana” es el día en que  un hombre nuevo y una nueva humanidad han nacido del costado abierto del crucificado. De ahora en adelante, se podrá proclamar e implantar el proyecto de Jesús: que las relaciones entre los hombres se basen en el amor y la justicia, en la paz, la verdad y  la vida.

La contradicción en el texto: “al amanecer” y “estando aún oscuro” nos quiere decir que María Magdalena, que representa a la comunidad, está todavía en la oscuridad a pesar de que ya ha amanecido, porque creía que la tiniebla había vencido a la luz,  la muerte a la vida, el poder y el odio al amor. Queda descolocada (“corre”) al comprobar que el sepulcro está vacío e irrumpe donde Pedro y Juan. Son dos posturas en la comunidad: Pedro que había negado a Jesús porque creía que la muerte es más fuerte que el amor y Juan, el que había entrado con Jesús a la sala del juicio y lo había acompañado hasta la misma cruz, dispuesto a dar la vida por amor, con él. Allí, al pie de la cruz, fue testigo de que cuando la vida se entrega por amor es fuente de más y más vida. Por eso, al llegar al sepulcro, sólo él supo interpretar los signos que tenían ante sí y sólo creyó él. Juan ve con los ojos del corazón. Pedro está todavía atrapado en la antigua religión y tardará un poco más en acoger sin condiciones el mensaje de Jesús hasta estar dispuesto él también a dar la vida, como pastor, por las ovejas.
El texto nos invita a hacer un camino de fe que nos haga comprender el significado de la resurrección de Jesús para nuestras vidas. No basta con correr de un lado para otro buscando al Señor sin comprender lo que su resurrección significa. Es necesario aprender a descubrir en los signos de muerte el germen de la vida. Allí donde el discípulo desprevenido experimenta el vacío de la tumba, el ‘otro discípulo’, el que ama entrañablemente al Señor, descubre la manifestación más profunda del Dios de la vida.
Creer en la resurrección de Jesús es hacer realidad en nuestro mundo el Reinado del Resucitado y su Causa: Reino de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.