jueves, 9 de junio de 2011

Domingo 12 de junio:PENTECOSTÉS





PENTECOSTÉS:  Hechos 2, 1-11

La irrupción del Espíritu en Pentecostés es la consecuencia directa, histórica y visible en la tierra de la resurrección y exaltación de Jesús: "exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que Uds. ven y oyen" (v.33). Es el Espíritu el que constituye realmente el movimiento de Jesús: su primera comunidad en Jerusalén y la misión a todos los pueblos. Lo que Lucas narró anteriormente en 1, 12-26 está más bien orientado al pasado: regreso a Jerusalén y al Templo y constitución de los 12 Apóstoles (restauración del nuevo pueblo de Israel); ahora Lucas retoma el inicio de su relato en 1, 6-11 (esp. 1, 8) y proyecta el movimiento de Jesús hacia el futuro y la misión a todos los pueblos de la tierra.
  El relato de Pentecostés está admirablemente construido y tiene una fuerza fundante y transformadora, que ha sido eficaz a lo largo de toda la historia del cristianismo. Toda reforma de la Iglesia comienza siempre con Pentecostés. Una mirada crítica del relato descubre la actividad redaccional y creadora de Lucas. Es Lucas el que ha construido este paradigma de Pentecostés, pero lo hace a partir de muchos hechos y tradiciones históricas. Todo lo que narra Lucas es histórico, pero el autor construye un relato único a partir de hechos que posiblemente sucedieron varias veces, en diferentes lugares, tiempos y circunstancias. El discurso de Pedro posiblemente lo compuso Lucas, pero lo construye a partir de tradiciones, escritas u orales. El discurso que compone Lucas corresponde históricamente a lo que en ese entonces en Jerusalén pensaba y decía la primera comunidad apostólica. Lucas recoge los hechos históricos y las tradiciones, pero también a Lucas le interesa el efecto creador y fundante de estos hechos y tradiciones en la historia de la Iglesia de su tiempo y de la Iglesia de todos los tiempos.
  Los hechos de Pentecostés (vv. 1 -13): En la narrativa de Pentecostés podemos distinguir dos relatos: uno más primitivo y tradicional en los vv. 1-4 y 12-13. Y otro más evolucionado y redaccional en los vv. 5-11. El relato antiguo tiene un carácter carismático y apocalíptico: hay viento impetuoso y lenguas como de fuego; los presentes hablan en lenguas (vv. 1-4) y por eso aparecen ante los demás como borrachos; los hechos suceden en una casa (v.2). El segundo relato es profético y misionero: ya no se trata de hablar en lenguas (glosolalia), sino de un don profético: los presentes hablan en Galileo (arameo) y cada cual los entiende en su propia lengua nativa. El milagro no está en el hablar (como en la glosolalia), sino en el escuchar (sobre esto se insiste en tres lugares: vv. 6.8 y 11). Los que están reunidos para escuchar son un grupo grande. Si el evento primitivo se da en una casa, ahora, en el segundo relato, tenemos la impresión de estar más bien en el Templo. Posiblemente Lucas unió aquí, en un sólo relato, dos tradiciones históricas, cada cual con un sentido diferente.
  En 2, 1 se nos dice que "estaban TODOS reunidos". No se trata sólo de los 12 apóstoles, sino de la asamblea de los 120 (1, 15), entre los cuales está María, la madre de Jesús, el grupo de las mujeres y el grupo de los hermanos de Jesús, entre los cuales con certeza también Santiago, el hermano del Señor (1, 14). El don del Espíritu se da a esta primera comunidad, si bien es Pedro, junto con los once, el que va a pronunciar el discurso (vv.14-36). Se añade también que están reunidos "con un mismo propósito". Este mismo propósito es posiblemente la estrategia restauracionista implícita en la elección de Matías en 1, 15-26. La irrupción del Espíritu viene a romper este propósito de restauración, que mira más al pasado que al futuro. El Espíritu viene de repente, con ruido como de viento impetuoso y en lenguas como de fuego: estos símbolos (huracán u fuego) muestran la "violencia" necesaria del Espíritu para transformar al grupo presente y reorientar la primera comunidad, desde una posición restauracionista hacia una posición profética y misionera. Esta tensión entre restauración (pasado) y misión (futuro), es la que se describe en 1, 6-11. Pentecostés es el bautismo en el Espíritu Santo anunciado en 1, 5. El bautismo de Juan Bautista era de agua, un símbolo judío de conversión personal; ahora se trata del bautismo en el Espíritu, que es el símbolo característico del movimiento profético de Jesús, no ya sólo de conversión personal, sino de transformación de la comunidad de los discípulos en auténtica comunidad profética, para dar testimonio de Jesús hasta los confines de la tierra.
  Los que se reúnen, atraídos por los sucesos de Pentecostés, son "hombres piadosos, que habitaban en Jerusalén, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo". Tenemos aquí una ficción literaria de Lucas, pues es un hecho extraordinario que estén reunidos en Jerusalén gente piadosa de todas las naciones del mundo. Lucas con su ficción literaria tiene una clara intención teológica: reúne simbólicamente en Jerusalén a gente piadosa de todas las naciones del mundo, que en Pentecostés van a recibir el testimonio profético de la primera comunidad apostólica. El Espíritu es derramado en función de todos los pueblos y culturas del mundo. Eso ya se da para Lucas en el hecho fundante de Pentecostés.
  En los vv. 9-11 tenemos la lista de las naciones. Lucas enumera 12 pueblos y tres regiones. El primer grupo lo constituyen los nativos partos, medos y elamitas. El segundo grupo son los habitantes de Judea, Capadocia, Ponto, Frigia, Panfilia y Egipto. Aquí también se enumeran tres regiones (que aparecen con artículo): la Mesopotamia, el Asia y la Libia, que confina con Cirene. El tercer grupo son los forasteros: romanos (habitantes de Roma, sean estos judíos o prosélitos), cretenses y árabes. ¿Cuál es la lógica de esta enumeración? En primer lugar Lucas distingue nativos, habitantes y forasteros. Los nativos son pueblos del oriente, civilizaciones del pasado. Los habitantes están repartidos en tres regiones: la Mesopotamia (al este), el Asia (al norte) y la Libia (al sur) y en 6 pueblos: Judea (al centro), Capadocia, Ponto, Frigia y Panfilia (al norte) y Egipto (al sur). Por último los forasteros romanos, que vienen de visita a Jerusalén; entre estos se distinguen romanos judíos y romanos prosélitos (no-judíos que se han convertido y han aceptado la circuncisión); los cretenses, son un pueblo marítimo, en expansión hacia occidente y los árabes serían una designación global para referirse a los pueblos del desierto, en expansión hacia oriente. La lógica geográfica es la que domina al grupo de los habitantes (oriente, norte y sur, con Judea al centro). Los visitantes (romanos, cretenses y árabes) no siguen una lógica geográfica, sino más bien la lógica de visitantes esporádicos (grupos amplios y ambiguos), que regresan a su patria. En síntesis, los representantes de los pueblos vienen de todas las regiones de la tierra, de las culturas antiguas de oriente, de los pueblos establecidos en torno a Judea (oriente, norte y sur) y de las poblaciones que se desplazan hacia oriente y occidente, cuyo centro es Roma. Lucas combina criterios culturales, geográficos y sociales y construye así históricamente el paradigma misionero del Espíritu. Lo curioso es que no se menciona Siria, Macedonia y Grecia, que es el territorio de las Iglesias paulinas. Quizás no aparecen estos pueblos, pues es ahí donde Lucas escribe su obra y son ya en su tiempo Iglesias independientes de Jerusalén.
  Lucas insiste tres veces (vv. 6.8 y 11) en que los presentes, que vienen de todos los pueblos, entienden el discurso de Pedro, cada uno en su propia lengua. Pedro y los Once son galileos (v. 7) y hablan por lo tanto en arameo, que era una lengua bastante conocida en Siria y oriente. El milagro de Pentecostés es que cada uno entiende a los apóstoles en su propia lengua nativa. No se trata de la glosolalia, pues cada pueblo escucha el Evangelio en su propia lengua, y podríamos agregar, en su propia cultura. Por eso consideramos hoy en día a Pentecostés como la fiesta cristiana de la Inculturación del Evangelio.
 
Muchos comentarios oponen erróneamente Pentecostés a la confusión de lenguas en Babel (Gen 11, 1-9). En Babel, la unidad original de lenguas fue lo que permitió la construcción de la ciudad con una torre militar, que es el proyecto de dominación (Gen 11, 2-4); la recuperación de las lenguas nativas hizo posible detener la construcción de la ciudad, lo que se identifica con el proyecto liberador de Yahvé (Gen 11, 5-8) . Una lectura del relato del Génesis, desde la perspectiva dominante y colonial, siempre vio la pluralidad de lenguas y culturas como una maldición y un castigo. En Pentecostés se habría recuperado la unidad perdida en Babel (así interpreta, por ejemplo, la nota de la Biblia de Jerusalén en Hechos 2, 6). Desde la perspectiva liberadora de la inculturación del Evangelio, la diversidad de lenguas es el hecho liberador que permitió la huida de los trabajadores y la paralización de la construcción de la ciudad.
En Pentecostés cada pueblo conserva su lengua y cultura. Lo nuevo en Pentecostés es la unidad en la comprensión del Evangelio, manteniendo la diversidad de lenguas y culturas. La unicidad de lenguas no es el proyecto original de Dios, ni tampoco su recuperación en Pentecostés, sino una forma de dominación cultural. El proyecto original de Dios, recuperado en Pentecostés, es una humanidad plurilingüe y multicultural.