sábado, 12 de marzo de 2011

13 de marzo de 2011: 1er Domingo de Cuaresma: Mt 4, 1-11

1er Domingo de Cuaresma: Mt 4, 1-11

Sabemos que los evangelios se escribieron a la luz del misterio pascual: la muerte y resurrección de Jesús de Nazareth. Por eso los primeros seguidores de Jesús se llamaron Nazarenos y más tarde Cristianos, a partir del título mesiánico de Jesucristo.

Es así que los relatos de la pasión-muerte y resurrección de Jesús forman el núcleo de los evangelios y son de alguna manera el punto de partida de la fe en Jesús como Hijo de Dios y salvador de todos los hombres. El conocido anagrama IHS expresa con tres letras el nombre de Jesús en griego o la lectura de “Jesús – Hombre – Salvador”.

Poco a poco las comunidades seguidoras de Jesús quisieron saber y conocer más de El, como misterio de Dios hecho hombre. Así fueron naciendo los distintos relatos de la vida de Jesús en los evangelios que llamamos sinópticos, porque hay muchas semejanzas entre sus diferentes relatos.

El segundo punto más difícil de aceptar es el misterio de la encarnación: “Dios hecho hombre”. Es el origen de las principales desviaciones de la fe auténtica (herejías como el docetismo o arianismo entre otras).

En Jesús Dios asumió en todo nuestra condición humana, menos el pecado. Sin embargo, por ser plenamente hombre, sufre los tormentos de la raíz del pecado que son las tentaciónes. De las distintas tentaciones al comienzo de su vida pública nos habla el evangelio de hoy: la tentación de la riqueza, del poder y de la gloria que simbolizan todas las demás tentaciones. Jesús se enfrentó a ellas y las venció apoyándose en la Palabra de Dios.

Tal vez se suele recalcar menos que el misterio de la encarnación nos muestra quién y cómo es Dios. Allí está precisamente el sentido y alcance de la vida de Jesús. Nos revela sin ambigüedad la verdadera identidad de Dios. Dijo Juan Pablo II: Jesús es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Siempre nos cuesta reconocer y aceptar en Jesús el rostro humano de Dios, la auténtica imagen de Dios. Nos pone al revés nuestras ideas más o menos religiosas sobre Dios que se perfilan en las tentaciones que describe el evangelista. El diablo (literalmente: el que separa, desune) propone nuestras falsas imágenes de Dios: un Dios que es riqueza, un Dios que es espectáculo, un Dios que es poder.

El tentador – el que nos separa de la verdadera imagen de Dios y por ende del sentido de nuestra vida – prueba a Jesús en el desierto. Desierto puede ser también metáfora para la soledad, la depresión, el ensimismamiento, la satisfacción de todas nuestras necesidades y deseos, nuestras calles, la espesura de nuestras instituciones.
¿Qué más urgente satisfacción que la del hambre? Pero el pan se puede ver también como metáfora de satisfacción de todas las demás necesidades: de todo lo que se requiere para vivir una vida humana digna. ¿No es este el Dios que buscamos y adoramos a veces en nuestra vida diaria? El Dios que puede satisfacer todos nuestros deseos y necesidades.

La segunda tentación tiene que ver con el reconocimiento que todos buscamos. Que se reconozca lo que soy en mi profesión, o por mis méritos, que soy indispensable. Jesús, siendo Hijo de Dios, siente la tentación de que la gente lo vaya reconociendo con esta preclara dignidad por encima de cualquier ser humano. No, no es esta la misión de Jesús, sino “proclamar la Buena Nueva del Reino, curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (4, 23).

La tercera tentación es la omnipresente tentación del poder. Para tener éxito en su misión, el Diablo le sugiere usar los medios de los poderosos: amedrentar, imponer su voluntad, dominar, usar su poder para su propio provecho; es el camino del poder en el mundo, ese mundo que construyen los hombres con sus criterios y no con los de Dios. “Retírate, Satanás, porque está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo rendirás culto’ ”. El afán de poder es el peligro constante en todo proyecto humano e incluso en toda relación humana.

En este tiempo de cuaresma que se inicia, pidamos la gracia de un conocimiento interno del Dios de Jesús: la humanidad de Dios frente a un Dios sin humanidad que es nuestra gran tentación y la tentación de este mundo.