jueves, 13 de octubre de 2011


Domingo 29º: Mt 22, 15-21

La imagen del emperador y la imagen de Dios

En el evangelio de hoy se tratan temas muy actuales y contingentes: se trata de dinero, impuestos y política. ¡No son precisamente temas muy religiosos! Cuando se trata de llenar el formulario de declaración de impuestos, pocos empezarán persignándose y rezando. Tampoco suele hacerse al emitir nuestro voto el día de las elecciones. Pareciera que el dinero, los impuestos y la política tienen poco o nada que ver con el evangelio.
Sin embargo, lo que hoy leemos está en el evangelio de Marcos, Mateo y Lucas. Esos textos han forjado el adagio de sobra conocido: “Dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.
Así se han concebido y justificado dos poderes paralelos, el poder temporal y el espiritual, el político y el religioso. Uno mirando a lo material, al mundo, a lo terrenal y el otro mirando al espíritu, al alma y al más allá. Dios y el Cesar, dos mundos separados por voluntad divina, revelada por Jesús.
¿Es esta la interpretación correcta del evangelio? Miremos de más cerca.

Unos fariseos y herodianos se acercan a Jesús tratando de ponerlo en una situación comprometedora: pagar el impuesto a los Romanos sería aparecer como colaborador del poder enemigo; no pagarlo ameritaría denunciarlo por rebelde. Los fariseos y herodianos eran enemigos declarados porque los herodianos, partidarios del rey Herodes, le hacían un guiño a los romanos; con esa complicidad tenían su cuota de poder. Aquí los vemos en una alianza temporal contra el enemigo común que es Jesús.
Jesús, perspicaz, “conociendo su malicia”, denuncia la trampa que le tienden. Les pide  “la moneda con que pagan el impuesto”. Eso ya genera una incomodidad, porque el judío piadoso jamás cargaría con una en su bolsillo. Ni siquiera podían mirarla porque tenía estampada la efigie del emperador y en su contorno figuraba la inscripción: “Cesar Tiberio hijo del divino Augusto”. Era un horror, una blasfemia: el divino emperador que era además el odioso ocupante de su país. El que andaba con esta moneda en su bolsillo era un colaborador de los romanos (herodiano).

En la respuesta de Jesús la traducción más exacta es: “devolver al Cesar lo que es del Cesar”, que significa devuélvanle su sucio dinero blasfemo. No se ensucien las manos como los herodianos pecadores y odiosos conciudadanos, porque cualquier partidario del emperador y de los ocupantes romanos era un judío detestable. El pequeño pacto entre herodianos y fariseos para tender la trampa a Jesús muestra que no les importa mucho la blasfemia. Querían que Jesús les “sacara las castañas del fuego”. Pero Jesús les está diciendo: Uds. colaboradores del poder imperial y de los romanos con quienes hacen negocios, sean consecuentes y paguen el impuesto correspondiente.

Jesús aprovecha la oportunidad para referirse al hombre que es imagen de Dios. Ese Dios que no es el emperador sino el Dios de Jesús, a quién llama “Abbá”, Padre. A ese Dios pertenecemos y a El sea el honor, la gloria y las gracias. Porque ese Dios es el salvador, el verdadero liberador. No es un tirano, un potentado, un excelso (=Augusto) como el emperador delante de quién se arrodillan con temblor y temor, aunque en su interior lo detestan, pero aun así sacan provecho de la situación y no pierden la oportunidad de enriquecerse.
En contraste con esa execrable actitud, Jesús invita a reproducir en la vida la imagen de Dios, no explotándonos, no aprovechándose los unos de los otros sino amándonos, sirviéndonos, formando la comunidad del “pueblo de Dios”.
Jesús había dicho a sus discípulos un poco antes: “saben que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen” (no existía democracia en esa época). “No será así entre ustedes: al contrario, el que quiera subir, sea servidor suyo y el que quiera ser primero, sea esclavo suyo”.
Tratándose de emperadores, reyes o políticos, el criterio evangélico es este: servicialidad para la felicidad de los seres humanos. Colabora con los poderes civiles y políticos que crean nuevas oportunidades para los hombres y que promueven la justicia. Reacciona y protesta cuando cometen injusticia u oprimen a los hombres.
Devolver el sucio dinero al Cesar manifiesta el rechazo de Jesús a la dominación explotadora del emperador. Jesús se juega por el proyecto del Padre: una comunidad sin injusticia, una convivencia donde se acoge a los débiles e indefensos. Es una invitación a que veamos todo lo referente a leyes, ordenamiento y organización de nuestra sociedad a la luz de la visión del Reino de Dios. Juzgar cualquier programa político o económico a la luz de los valores del Reino de Dios es equivalente a “dar a Dios lo que es de Dios”. Eso es buscar  ser imagen de Dios en nuestra vida, aun tratándose de dinero, impuestos o política.


“La política mira al bien común, está destinada a crear las instituciones de justicia social que traen el bien general.
¡Cuántos bienes dependen de las leyes! La educación, bienestar, libertad, el respeto a la conciencia, la organización de la vida económica, la defensa de la patria. A nadie, por tanto, es lícito desinteresarse de una causa en que se juegan intereses tan importantes”. (Padre Hurtado, H.S.)