sábado, 10 de diciembre de 2011

3er Domingo de Adviento: Jn 1, 6-8. 19-28


 3er Domingo de Adviento: Jn 1, 6-8, 19-28


Ciertamente que Juan Bautista es un personaje muy querido por el autor del cuarto evangelio, lo mismo en los otros evangelios. Seguro que la figura del Bautista tuvo gran importancia en las primeras comunidades cristianas, por eso su papel relevante en cada evangelio.
¿Cuál era la real importancia del Bautista en la vida de las primeras comunidades?
La respuesta va en el sentido que fue consecuente: sufrió el martirio por denunciarle a Herodes la situación de pecado en la que vivía; dio su vida por testimoniar de la verdad. En el cuarto evangelio se le presenta como el que vino a dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él (por su testimonio).
“No era él la luz, vino sólo a dar testimonio de la luz”.

La presencia, la predicación y el estilo de vida de Juan Bautista causan un gran revuelo. Los evangelios señalan que mucha gente acudía donde él. Eso preocupaba a la autoridad central en Jerusalén, la que manda a jerarcas y autoridades del templo a averiguar lo que pasa y quién es él realmente.  Juan reconoce que él no es el “Mesías”, el tan anhelado libertador de aquel mundo de dominación extranjera y gran miseria reinante. No se identifica con ninguno de los personajes que ellos sospechaban y temían. Su temor viene de que se les podía arrebatar el control que ejercían sobre el pueblo desde el lugar sagrado del templo. Cuando Juan es requerido formalmente para darles a conocer su identidad y su misión, contesta con firmeza y claridad: “Yo soy la voz del que grita en el desierto: enderecen el camino del Señor”, citando al profeta Isaías. Como parecía que, con estas respuestas, carecía de la autoridad para bautizar, se le echa en cara su acción. Aquí Juan confirma su papel y misión de preparar la venida del Mesías. El bautiza con agua; el que viene después de él bautizará con espíritu. Es decir el bautismo de Juan es incompleto y preparatorio. Invita a la gente a cambiar de actitud, a dejar de ser cómplices de las injusticias del mundo. Eso ya no es poca cosa. Juan conoce su lugar. Anuncia al que viene, al que todavía no conocen y de quién él “no es digno de desatar la correa de su sandalia” (expresión que significa ponerse en lugar del novio). Juan no se pone en lugar del Mesías, sino abre paso a la venida de Jesús.

Jesús bautizará con “espíritu” y dará cumplimiento a lo que se señala en la primera lectura y que retomará el evangelio de Lucas para describir y resumir la misión de Jesús: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor.”


Durante esta semana, la liturgia volverá varias veces a la figura de Juan Bautista.
Por lo tanto es una invitación insistente a que nos pongamos en su senda, a que seamos valientes para allanar el camino al Señor. Seguir al Bautista es atreverse a ser profeta en nuestro mundo de hoy. Es invitar a dar el paso a reconocer a Jesús en medio de nosotros (“Entre ustedes hay alguien a quién no conocen”) cuyo espíritu es liberación para los pobres y los cautivos. Viene al caso citar aquí al cautivante filósofo francés Emanuel Levinas: “En el rostro del otro se manifiesta la epifanía del Señor”[1]. No es fijándose en algún detalle del rostro, porque esa sería observación distractiva. Es necesario fijarse con “los ojos del corazón” en el rostro del otro para percibir la misteriosa belleza de la presencia del Señor en él. La práctica de este ejercicio requiere una verdadera coversión. Pero se generará una nueva unión, una com-unión con Cristo presente en el otro. ¿No vivimos a veces este experiencia quasi mística en las fervientes celebraciones eucarísticas de nuestras comunidades eclesiales de base?

En estos tiempos de crisis, nuestro mundo carece de líderes carismáticos. Se busca y se espera a personajes que vengan a dar sentido, orientación y que abran caminos de esperanza.

Entre nosotros ha surgido años atrás un gran profeta: San Alberto Hurtado, verdadera visita de Dios a Chile. En estas semanas de Adviento,  el testimonio de su vida y su mensaje nos convidan a allanar los senderos y a preparar el camino para que en Chile la desigualdad económica y la exclusión social vayan menguando. ¿Quien más y mejor que él refirió a Jesús presente entre nosotros y que la mayoría de las veces desconocemos?
El bautismo con espíritu santo es aquel que, en nosotros, con nosotros y por nosotros, cambia el mundo según el espíritu de Jesús.
Por eso nos recuerda el P. Hurtado que  “los únicos que podemos cambiar el mundo somos nosotros”.




[1] “Le visage d´autrui, c´est l´épiphanie du Seigneur”