viernes, 23 de noviembre de 2012

34º Domingo: N.S.Jesucristo, Rey del Universo


Solemnidad de Cristo Rey: Jn 18, 33b-37

Las últimas palabras que pronuncia una persona muy querida antes de morir suelen recordarse con especial cariño. Se pueden considerar como su testamento. Así, el P. Hurtado, a pocas semanas de fallecer y sabiendo de su enfermedad terminal  pide a sus colaboradores más cercanos: “Procuren que en el Hogar haya respeto al pobre; que les cuiden sus camas, que las cucharas, los platos, estén limpios. Busquen al pobre, él es Cristo, trátenlo con amor y respeto”. Esas palabras siguen siendo el norte del Hogar de Cristo.


En este último domingo del año litúrgico, se leen las últimas palabras que Jesús pronunció antes de su muerte en cruz. Habló de su realeza.
“Cristo Rey del universo” se llama la fiesta de hoy desde 1925. La expresión no puede ser más triunfalista. El título corresponde a la visión del libro del Apocalipsis donde “el Primero que resucitó de entre los muertos” aparece como “el Rey de los reyes de la tierra”. Sin embargo, en el evangelio de Juan desaparece todo rastro triumfalista.

Pilato estaba intrigado para saber si los reclamos y protestas contra Jesús tenían fundamento. Si el acusado afirmaba que él era efectivamente el rey de los judíos, entonces Pilato tenía un problema serio entre manos. Pero Jesús lo tranquilizó. Pilato no tenía nada que temer de él. Porque la realeza que reclamaba Jesús no pertenecía a este mundo donde reinan los poderosos como Pilato. Su dominio, si así se quiere llamarlo, consiste en que él da testimonio de la verdad. Pilato reacciona con escepticismo. ¿Qué es la verdad? Aquello va a ser un dolor de cabeza. Así que juzgando según sus normas y criterios, concluye, tal vez aliviado, que Jesús es inocente. Pero no lo entienden así sus oponentes. No es cuestión de soltar no más a Jesús: ¡exigen que se crucifique! Con eso no se eliminó la candente pregunta: ¿Qué es la verdad? Ciertamente para los poderosos sólo cuenta su poder. Según ellos cada cual puede tener su verdad, siempre que preste oído a lo que dictamina su poder, y él que no quiere oír tiene que atenerse a las consecuencias. Jesús tuvo que atenerse a las dramáticas consecuencias del poder imperial de Pilato.

La Verdad (con mayúscula) de la que dio testimonio Jesús es la realidad de Dios que ningún ser mortal jamás pueda ver pero en la que puede confiar.
Verdad en hebreo significa ante todo confiabilidad. Así confiar en Dios es como construir sobre roca. Jesús dio a conocer quien y cómo es Dios (Jn 1, 18) al dar a conocer sus obras: su Reino, su Justicia y paz, liberar a los hombres de las fuerzas del mal, sanar a los enfermos de sus dolencias. Este es el poder de la verdad. Quien se deje llevar por la verdad, dijo Jesús, escucha mis palabras. La verdad lo hará libre (Jn 8, 32). Quien presta atención a lo que dicen los evangelios no puede ceder a la verdad de los poderes políticos, económicos y otros que dominan nuestro mundo. El seguidor de Cristo y de su evangelio es libre para el poder de la verdad, que viene a ser el supremo poder.
Hoy no celebramos a Jesús rey sino a Cristo rey: el Señor de la historia resucitado y glorificado y que participa de la dominación de Dios. De eso trata con solemnes palabras superlativas el libro del Apocalipsis describiendo una visión del fin de los tiempos, cuando todos los reinos de este mundo terminarán para ascender en el reino acabado de Dios. Celebramos anticipadamente la perspectiva de aquello que llegará alguna vez a su plenitud y lo que solemos rezar en el Padre nuestro: venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

En vísperas de un nuevo año litúrgico miramos hacia adelante. Los cristianos queremos expresar nuestra esperanza que la justicia del Reino de Dios está llegando a este mundo. No se dejan dominar por el pesimismo de todo lo que anda mal. Celebran su certeza de fe que el Reino de Dios está creciendo entre los hombres, en muchos lugares, tal vez no de forma espectacular o a veces incluso de modo invisible, como granitos de mostaza o como pedacitos de levadura que levantan toda la masa. Crece donde los hombres promueven y practican la justicia, no importa la escala, donde se trabaja por la paz por frágil que sea, donde se pide y se concede el perdón, donde se borran las culpas y las personas se reconcilian. Por cierto que estas cosas no son la gran noticia de cada día, pero ocurren aquí y allá y “de a pedacitos”. 

Celebrar la fiesta de Cristo Rey es mirar hacia el futuro que se nos promete.
Pero no solamente con las manos juntas. También se trata del futuro que estamos llamados a construir nosotros mismos. Si adherimos firmemente a nuestra fe que pertenecemos al Reino de Dios, tendremos que conducirnos según sus leyes y aportar lo nuestro para que la voluntad de Dios se haga. Daremos testimonio de la verdad, practicaremos la justicia haciendo justicia a nuestros prójimos en cuanto dependa de nosotros. Trabajaremos por la paz y la reconciliación. No nos desanimaremos cuando no se logre. El poder de perdón y reconciliación de Dios es mayor que cualquier fuerza del mal.