martes, 14 de agosto de 2012

15 de agosto: ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Lc 1, 39-56

A penas María ha recibido la extraordinaria noticia invitándola a ser la Madre del Señor, se olvida de sí misma, se pone en camino y a toda prisa se dirige a la provincia de Judea, cruzando todo el país a través de las montañas de Samaría, para acompañar a su anciana prima Isabel que tiene 6 meses de embarazo. Así el evangelista destaca en ella su actitud de pronto servicio.
El encuentro de María con su pariente está bajo el signo del Espíritu al igual que el encuentro con el ángel en la anunciación.
El Espíritu de Dios está actuando, “renovando la faz de la tierra”, cambiando el curso de la historia. No va a ser una intervención portentosa ni con grandes manifestaciones y medios muy llamativos. Al contrario. Todo está bajo el signo de la sencillez, pero con un potente mensaje de vida y de esperanza para los pobres de la tierra.
Esa va a ser la tónica de uno de los más bellos cantos de toda la Biblia: el Magnificat.

Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es Santo!”
María representa el Israel fiel a Dios y a su alianza; por su boca alaba a Dios por su fidelidad y el cumplimiento de sus promesas: la venida del Mesías ya realizada en su persona.
La promesa hecha a Abraham y a su descendencia, la alianza concluida con Moisés para liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto, concluyen ahora como intervención definitiva de Dios en la historia, en la humilde persona de María.
Los grandes hitos de la liberación de Israel están condensados en “las grandes cosas” que Dios ha hecho en favor de María (el pequeño Israel fiel).
En el compromiso activo de Dios a favor de su pueblo, éste reconoce que su nombre es Santo. Hoy también en nuestro compromiso y nuestra solidaridad con los sufridos de la tierra, éstos reconocerán que el nombre de Dios es Santo. Es el testimonio de la Iglesia que esperan los pobres de la tierra. Es el gran testimonio que el Hogar de Cristo está llamado a dar a los que sufren hoy en medio de nosotros para que también ellos puedan reconocer y alabar las cosas grandes del Señor y proclamar su santo Nombre.

La segunda estrofa del Magnificat anuncia proféticamente el futuro de la humanidad desheredada: podemos contemplar aquí a los casi dos tercios de la humanidad  que pasan hambre.

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevé a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.”
El proyecto de Dios no se derrumba a pesar de las grandes injusticias. Dios ha intervenido y sigue interviniendo para defender los intereses de los pobres y desbaratar los planes de los ricos y poderosos. El cántico de María es él de los débiles, de  los sufridos, de los marginados y desheredados, de los “sin voz”, de todos los excluidos de los beneficios y los bienes de la tierra. Anuncia lo que proclamará Jesús en las bienaventuranzas: “Felices los pobres, porque a ustedes pertenece el Reino de Dios”.

Es lo que anuncia la tercera estrofa: el futuro y no muy lejano cumplimiento de las promesas:
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abraham y de su descendencia para siempre”.
Hoy es nuestro compromiso por un mundo más justo y más solidario que es signo  del cumplimiento de las promesas.
No hay que esperar que nos sacuda un rayo sino ponernos pronto en camino, al ejemplo de María, para ayudar y servir y proclamar así la Santidad del nombre de Dios en medio de nuestros hermanos.

La fiesta de la Asunción que celebramos hoy es la confirmación definitiva de que nuestra esperanza tiene sentido. Esta vida, aunque parezca enferma  de muerte, en realidad está preñada de vida. Es la vida del Resucitado que se manifiesta ya en nosotros y en primer lugar en María, Madre de Jesús y Madre nuestra.
Que ella nos bendiga y nos acompañe en nuestro compromiso solidario de cada día.

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