sábado, 20 de agosto de 2011

21 de agosto 2011: 21º Domingo: Mateo 16, 13-20


Domingo 21º: Mateo 16, 13-20

La escena de hoy nos lleva al centro del evangelio: la identidad real de Jesús. Hoy en día, las encuestas forman parte de nuestra cultura política y económica. Es fácil opinar a partir de las encuestas, porque se consideran como datos objetivos y seguros; me puedo refugiar en ellas y prescindir de emitir una opinión personal. Algo parecido ocurre en nuestra escena de hoy de Jesús con sus discípulos. Les pregunta por las opiniones que circulan sobre él entre la gente. Formula la pregunta con un juego de palabras: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? No les cuesta mucho a los discípulos recoger las opiniones que han escuchado. Para unos es Juan Bautista, quien habría vuelto a la vida. Para otros es Elías o Jeremías o uno de los profetas. En realidad, a Jesús no le interesaba saber qué opinaba la gente de él, no buscaba medir su popularidad. Su interés iba por otro lado y sorprende a los apóstoles con la pregunta dirigida directamente a ellos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Se podía esperar que cada cual fuera dando su opinión. Sin embargo es uno que toma la palabra por todos. Dice Simón Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.
La respuesta de Pedro no tiene nada que ver con las opiniones que circulan entre la gente. Es una hermosa confesión de fe por la que Jesús lo proclama “bienaventurado”. No arranca de un conocimiento humano, sino de una gracia divina. “Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque eso no te lo revela el conocimiento humano (la carne y la sangre), sino mi Padre que está en los cielos”. La confesión de fe de Pedro es una verdadera conversión. No se trata de repetir lo que dicen por allí y dejarse llevar por las voces de afuera. Ha habido una atención hacia adentro, hacia aquella voz que habla en lo secreto del corazón. Pedro despierta a la fe en el Hijo por obra y gracia del Padre.
Esta escena me hace pensar en la iluminación que recibió San Ignacio en la visión del Cardoner: “recibí una gran claridad en el entendimiento, de manera que en todo el transcurso de mi vida…juntando todas cuantas ayudas haya tenido de Dios y todas cuantas cosas he sabido, aunque las junte todas en uno, no me parece haber alcanzado tanto como en aquella sola vez”. (Autobiografía 30)
A pesar de esa maravillosa confesión de fe, Pedro pronto mostrará también su resistencia a seguir a Jesús. Escucharemos el próximo domingo cómo Jesús tiene que recriminarlo por rechazar tajantemente el camino de la cruz: “¡Aléjate, Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas como los hombres, no como Dios.” Cuando Jesús será apresado y condenado, Pedro negará por tres veces tener algo que ver con Él. Impresiona cómo este evangelio muestra la debilidad del hombre en quien Jesús pone toda su confianza y la máxima responsabilidad de la comunidad. Con la imagen de la roca, Jesús le confiere una gran misión: “tu eres Pedro, y sobre esta piedra (mismo juego de palabra en el original) edificaré mi iglesia”. Como ocurre en la Biblia, al darle esa gran misión Jesús cambia el nombre de Simón por Pedro. Pedro será la roca, el signo visible en la historia de la presencia de Cristo. Cristo es la verdadera roca pero invisible después de su resurrección. Pedro y un poco más adelante junto a los apóstoles y sus sucesores (18, 18) reciben las llaves del reino de los cielos y el poder que se expresa en “atar y desatar”, es decir “condenar y absolver”, ser criterio y agente para testimoniar donde está el Espíritu de Jesús y donde está su opuesto.
 Para quienes escuchamos hoy el evangelio de Mateo, “atar y desatar” toman un sentido más amplio. Puede significar: juntar a la gente, sean quienes sean, más allá de las diferencias que los separan o  oponen. Atar es juntar y mover a la gente en torno a un ideal común, como se pretende por ejemplo al realizar una caminata por la solidaridad. Atar es fundar y fortalecer la unión en nombre de Jesús. Desatar es liberar a la gente de lo que oprime: un pasado que los persigue, desilusiones que paralizan, soledades que mantienen cautivo, prejuicios que distorsionan la mirada sobre el prójimo. Desatar tiene que ver con perdonar y hacer posible la conversión.
Dejémonos interpelar por la pregunta de Jesús: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Nuestra respuesta  hoy será distinta a la de Pedro, porque es totalmente otro el contexto. Se actualizará en lenguaje de hoy. Irá en el sentido de afirmar que Jesús es Cristo resucitado que se hace presente cuando nos reunimos en su nombre, cuando estamos dispuestos a hacer lo que él mismo haría en nuestro lugar, retomando la famosa expresión del P. Hurtado.

La comunidad que Jesús prometió construir sobre Pedro, la roca, no es en primer lugar la iglesia de Roma de la que el Papa es el fundamento. En tiempo de Mateo era la comunidad de Pedro. En nuestro tiempo es toda comunidad en la cual y por la cual el evangelio viene a ser un cuerpo vivo, en profunda unión con todas las comunidades donde ocurre lo mismo, y en particular en comunión con el “Santo Padre” cuya función principal es ser el gran mediador de esa unión.
De modo que la Iglesia es no solamente la de Roma, sino toda comunidad grande o pequeña donde se vive y se hace ‘en conmemoración de Jesús’ lo que él mismo vivió e hizo. 

Con una mirada que busca ver donde está y donde se construye hoy la Iglesia,  podemos descubrirla en cada eucaristía que se celebra; en el quehacer diario del Hogar de Cristo que abre los brazos misericordiosos de Jesús para abrazar a nuestros hermanos y hermanas excluidos y heridos socialmente.

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